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Por Claudio Fantini. La denuncia más cruda, reveladora y contundente de la cruel política migratoria de Donald Trump, la hicieron los niños. Fue el llanto de los pequeños separados de sus padres y encerrados en instalaciones de reclusión, mientras a sus progenitores los juzgan las autoridades norteamericanas. Constituyó el más claro de los mensajes contra la cruel política migratoria que se está poniendo en marcha en distintas partes del mundo.
Hasta una porción importante de la dirigencia republicana se unió a las voces demócratas que reclaman el fin de la criminalización de la inmigración ilegal.
Separar a los hijos de sus padres, que están siendo juzgados, implica la reivindicación de un supuesto derecho a la crueldad, que se esparce en especial en Europa.
La administración Trump responde que la ley que se está aplicando es anterior a su gobierno y que busca desalentar a los inmigrantes a “usar a sus hijos pequeños” para intentar el ingreso a los Estados Unidos.
La oposición y un amplio coro de dirigentes republicanos niegan que exista una ley que imponga separar niños de sus padres, encerrándolos en verdaderos campos de reclusión, mientras sus progenitores son juzgados. Hacer lo que se está haciendo con miles de niños implica la reivindicación de un supuesto derecho a la crueldad.
Contra esa reivindicación monstruosa, la ONG de periodismo de investigación ProPublica ha logrado grabar los llantos de los niños rogando que les devuelvan a sus padres, y los ha difundido por un mundo.
La crueldad es usada por gobiernos de países que se suponen defensores de los Derechos Humanos.
Ahora, el sonido reemplazó a la imagen. Las grabaciones que hizo secretamente la mencionada ONG en un centro de reclusión de niños en Texas, denuncia la crueldad de la política de separar a los inmigrantes ilegales de sus hijos pequeños.
Esta aberración, a la que la ex primera dama republicana Laura Bush equiparó con la reclusión de familias enteras de residentes japoneses durante la guerra entre Estados Unidos y el imperio nipón, es la consecuencia inexorable de la política que tiene como punto de partida un discurso racista y xenófobo.
Hay un vínculo entre la retórica cargada de desprecio hacia el mejicano y la criminalización del inmigrante imponiéndole, aunque sea temporalmente, la separación de sus hijos.
Existe un puente entre el discurso que llama “agujeros de mierda” a muchos países pobres, y ese llanto desgarrador de los niños encerrados en galpones y custodiados como si fueran criminales.