Por Sebastián Turello. Los Turello, junto a otros periodistas, visitó la planta de fabricación...
Autoridades del IAE y de Banco Macro, en una ceremonia conducida por la periodista Verónica...
La empresa Aguas Cordobesas celebró el cierre del programa “Construyendo Futuro 2024", con la...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. Movilizar las fuerzas de disuasión como ordenó Vladimir Putin, significa poner el dedo en el gatillo nuclear. El presidente ruso confiaba en que el sistema de defensa ucraniano se desmoronaría en las primeras 48 horas de la invasión y que sus tropas podrían desfilar por la Plaza Maidán, en el corazón de Kiev, horas después de haber ganado la batalla en Chernobyl, que es la antesala de la capital. También esperaba que Volodimir Zelenski huiría como una rata mientras el ejército de Ucrania se desbandaba. Pero nada de eso ocurrió.
Las fuerzas que entraron desde Bielorrusia se impusieron en Chernobyl, pero tras recorrer los casi 150 kilómetros que las separaban de Kiev, empezaron a encontrar una resistencia inesperadamente dura.
Los ciudadanos ucranianos acudían masivamente a recoger armas y reclutarse para enfrentar al ejército invasor. Y hay señales de que el presidente ucraniano no sólo no huyó, sino que empieza a convertirse en un símbolo de la resistencia.
Quizás sorprendió al jefe del Kremlin la dimensión del repudio internacional a la invasión y cómo está impactando de lleno sobre su imagen.
Además, la escalada de sanciones que más velozmente de lo esperado están aplicando Europa y Estados Unidos e impactan en el terreno económico. El rublo se desplomó 30%.
Vladimir Putin empezó a perder su fría serenidad y evidenciar síntomas de desquicio. El más grave fue ordenar la movilización de las fuerzas especiales de disuasión, lo que equivale a poner el dedo en el gatillo de su arsenal nuclear.
Mientras con una mano intenta recortar el mapa europeo a la altura de las fronteras occidentales de Ucrania, con la otra mano Vladimir Putin apunta su Kalashnikov nuclear a Europa.
Su agresividad aumenta de manera directamente proporcional al desquicio que le provoca la resistencia ucraniana frustrando su plan de poner el país invadido bajo control en las primeras 48 horas de ocupación.
El crimen demencial que está perpetrando a los ucranianos constituye un mensaje electrizante a sus rehenes: si la OTAN interviene, el jefe del Kremlin está dispuesto a dinamitar el barco europeo aunque se hunda con él.
No posee más poder militar que la alianza atlántica, pero demuestra tener más sangre fría y más megalomanía criminal que quienes gobiernan democracias con estados de Derecho en los que tiene peso el ciudadano, el individuo, las personas.
Más allá de la calidad humana del gobernante, la democracia liberal le impone medir su éxito o su fracaso a través de la calidad de vida de los gobernados.
Putin no mide su éxito en la calidad de vida del pueblo ruso sino en la extensión del mapa de Rusia.
Igual que los zares y los líderes fascistas del siglo 20, se siente más grande si expande el territorio y siente que fracasa si pierde territorios o mantiene el mapa en la misma dimensión.
El poderío intimidante de Putin no está sólo en la cantidad de tropas y armamentos que posee, sino en la conjunción de esa capacidad militar con su disposición a alcanzar sus metas sin importar los cataclismos que pueda ocasionar.