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Por Héctor Cometto. Los 57 mil hinchas que colmaron el Estadio Kempes para ver el ansiado ascenso a la B Nacional, marca el renacimiento definitivo de Talleres. Es un signo de vida único más allá del orden económico recuperado o de los títulos por recuperar.
Y un milagro, porque hay muchos hinchas-jóvenes dentro de esa cifra que surgieron en la supervivencia, no de la bonanza.
Es tan impactante la tribuna en el fútbol que hace rato se ha convertido en un acto autocelebratorio: ver y verse allí es un rito inigualable, más allá de la violencia que marca sus movimientos y la comodidad de la televisión.
Esa autocelebración supera lo futbolístico: cierra filas en la mala y se expande cuando un logro convalida tanta entrega, pero a los jugadores se les hace difícil estar a la altura. Hoy pasa en grandes, que están en declive, como San Lorenzo o Independiente. Este Talleres no juega al ritmo ansioso de la tribuna, por lo que procesar todo esto ha sido un rasgo de evolución. La asistencia convirtió al partido en el quinto más visto en el mundo durante el fin de semana.
Hablamos en su momento de la gran obra del estadio remodelado, y hoy por hoy es el desafío que permite un handicap, un parámetro valorativo más allá de la categoría en la que esté cada club. Las presentaciones de la Selección; el Instituto-River de más de cuatro millones de pesos; los números de Belgrano, cuando el rival le exige un plus a su lugar en el mundo que es Alberdi, pasa a ser como goles o puntos, porque la gente que te sigue seguirá siendo el gran capital.
El Kempes lleno significa que Córdoba también golea como plaza futbolera, resurgiendo del estadio desierto al que dirigentes negados llevaron con sus graves errores.