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Por Claudio Fantini. Barack Obama está en riesgo de parecer un cowboy que desenfunda la Colt, pero no puede apretar el gatillo. El aislamiento complica su plan de atacar al régimen sirio. No está claro qué tipo de operación militar le aprobará el Congreso norteamericano.
En la Cumbre del G20 encontró una inmensa reticencia a respaldar su decisión.
■ Apoyan el plan de Obama: hasta ahora sólo Francia, Australia, Albania, Dinamarca, Turquía, Rumania, Kosovo, Canadá y Polonia apoyan el plan de Obama.
■ Rechazan el plan de Obama: Alemania, Italia, Holanda, Bélgica, Austria y España. Este último país que se quemó con leche cuando José María Aznar firmó con George Bush y Tony Blair el Pacto de las Azores, arrastrando a su país al laberinto iraquí, al precio de quebrar, por primera vez desde el final del franquismo, el sacrosanto Pacto de la Moncloa.
Que el casus belli elegido tenga que ver con armas químicas es un error increíble. El supuesto ataque con sarín en el suburbio de Guta dejó tantos muertos como los que causó la represión del régimen golpista egipcio contra las protestas por la caída del presidente Mohamed Morsi.
Pero principalmente con armas químicas tuvo que ver el falso casus belli de la pandilla belicista que encabezaban Bush y su vicepresidente Dick Cheney. Una invasión que se concretó a pesar de que las inspecciones realizadas por el experto sueco Hans Blix y el egipcio Mohamed El Baradei, quienes habían demostrado que Saddam Hussein ya no las poseía.
¿Por qué avanzar hacia un callejón sin salida?
Obama sabe que el régimen que reemplazaría al aparato criminal que hoy gobierna Siria podría ser aún peor. Sabe que podría repetirse la paradoja afgana, donde Estados Unidos armó y fortaleció en la lucha contra los soviéticos a quienes después engendraron Al Qaeda y el lunático régimen talibán.
Lo que obsesiona al jefe de la Casa Blanca no es una cuestión menor. Sabe que si Al Assad gana su guerra recurriendo a armas de exterminio masivo, sin pagar ningún precio, los ayatolas iraníes y la nomenclatura norcoreana tendrán una tentación más para amenazar a los aliados de Washington que tienen en sus miras: Israel, por un lado, y Corea del Sur y Japón, por el otro.
No es una razón menor, pero a esta altura el camino que eligió Obama implica riesgos aún peores. Por caso, tener que enfundar nuevamente la Colt sin haber disparado. Si así fuera, no será el único equivocado. También los países europeos que lo dejaron solo, sin haber recriminado a Vladimir Putin lo que debieron recriminarle: La responsabilidad rusa en los crímenes de Al Assad es inmensa.
El Kremlin ha enviado grandes cargamentos de armas. Y no sólo fusiles Kalashnikov, lo que no sería reprobable, sino artillería modernísima, y más misiles Grad y Scud, que bien sabía Rusia serían utilizados en ataques indiscriminados contra la población civil, como hizo el régimen desde que comenzó la guerra.
Está bien cerrar el paso a la operación militar de Barack Obama, pero resulta incomprensible que no se presione con igual intensidad a Vladimir Putin para que deje de ser cómplice del exterminio que padece el pueblo sirio.
Winston Churchill, a quien le gustaba beber algunos Brandy durante el día, decía: Hay dos problemas con la bebida: el que bebe demasiado y el que no bebe absolutamente nada.
Algo parecido ocurre con el infierno sirio. Están los que quieren hacer demasiado (bombardear) y los que no quieren hacer absolutamente nada, como si los sirios vivieran una bella calma que Obama se propone estropear. ■
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