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Por Claudio Fantini. Los anuncios de Joe Biden -en el discurso sobre los primeros 100 días de gobierno– plantean un debate de gran actualidad. La suma de las medidas anunciadas encuadran en el modelo socialdemócrata que los conservadurismos y la ortodoxia económica deforman, mientras los populismos de izquierda pervierten con el afán de imponer liderazgos autocráticos.
A lo largo del siglo XX, la socialdemocracia no tuvo que ver con el comunismo ni con el populismo, sino que constituyó una variante de capitalismo totalmente encuadrada en la democracia liberal.
Hoy, quienes en Estados Unidos acusan a Biden de llevar la potencia occidental hacia el comunismo, apoyaron el gobierno de un autócrata -Donald Trump- que degradó la democracia norteamericana; fue funcional a los designios de Rusia y alentó un intento de golpe de Estado por parte de violentas turbas.
La palabra “socialismo” apareció en los comentarios de muchos republicanos. En su primer discurso presidencial ante el Congreso, Joe Biden sorprendió describiendo una reconstrucción del welfare state (estado de bienestar) que había empezado a desmontar Ronald Reagan y cuya disolución nunca se detuvo.
Ni Bill Clinton ni Barak Obama habían planteado una reversión tan contundente de la “revolución conservadora”. La era “neocon” (neoconservadores) dejó barreras que los dos anteriores gobiernos demócratas no se atrevieron a flanquear.
Al discurso de Biden lo gravitaron los espíritus de Franklin Roosevelt, John Kennedy y Lyndon Johnson.
La creación del estado de bienestar (Roosevelt); los derechos civiles (JFK) y las políticas de salud, como el programa Medicare (Johnson), fueron las mayores marcas que dejó el Partido Demócrata en la sociedad norteamericana.
Clinton y Obama tuvieron muy buenos resultados económicos y más alto perfil social que las administraciones republicanas. Pero Biden está yendo aún más lejos.
El discurso sobre sus primeros 100 días levantó banderas del Partido Demócrata que pocos esperaban ver flamear de nuevo. Fundamentalmente, el protagonismo del Estado para superar la recesión causada por la pandemia y en hacer progresiva la política impositiva regresiva que dejó Trump.
Con la crisis migratoria en la frontera como flanco débil de su gestión, pero avalado por la eficaz campaña de vacunación, que tiene rasgos de proeza logística, el presidente demócrata anunció la continuidad de oceánicas inyecciones de dinero para potenciar el consumo de las clases vulnerables y medias.
Y a renglón seguido, anunció el final de las exenciones impositivas que había concedido Trump a las empresas más grandes del país.
Biden lanza una agenda que el nuevo conservadorismo (los “neocon” en el Partido Republicano) y partidos derechistas de Occidente llaman “socialismo” o, lisa y llanamente, “comunismo”.
En España y Francia, entre otros países europeos, hay partidos tradicionales que aún se llaman socialistas, pero adhieren al ideario socialdemócrata y han gobernado como socialdemócratas.
Hoy, Vox en España y el movimiento liderado por Marine Le Pen en Francia, los que identifican ese ideario -que siempre ha sido socialdemocracia- con el fallecido comunismo.
En Estados Unidos, el Tea Party inició la exacerbación que Trump llevó al paroxismo y hoy es predominante en el Partido Republicano.
El Estado de Bienestar que pretende retomar Biden no sólo no fue comunista, sino que fue el instrumento más eficaz para vencer al comunismo, por caso, durante la gestión de Roosevelt.
Pero los delirios ideológicos que exacerban este tiempo impiden verlo.