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Por Claudio Fantini. Los Juegos Olímpicos han tenido, desde la Guerra Fría, casos de atletas que pedían asilo para no regresar a sus países. La particularidad del caso de la velocista de Bielorrusia, que dejó el equipo de su país para refugiarse en la embajada de Polonia en Tokio, conlleva el mensaje de que no desertó de un país totalitario ni de un país africano sometido por la dictadura y el hambre. Qué está sucediendo en ese país.
La inmensa mayoría de los atletas que desertaron en plenos juegos olímpicos eran soviéticos o de países comunistas.
De Latinoamérica eran comunes las deserciones de atletas cubanos. El ejemplo más revelador es aquel partido de fútbol que jugó con 10 jugadores en 2008 porque la mayoría pidió asilo en el país anfitrión: Estados Unidos.
Bielorrusia padece un régimen despótico en manos de un autócrata, que ha acelerado el proceso de construcción de una dictadura. Pero el totalitarismo es otra cosa.
El totalitarismo es la dictadura absoluta; el sistema en el que el Estado es un “gran hermano” que espía a todos los ciudadanos, impera sobre sus conciencias al convertirlos en espías y delatores de sus semejantes y abole la intimidad de las personas. Por lo tanto, acaba con el individuo.
Aleksander Lukashenko defendió el totalitarismo al ser uno de los pocos dirigentes que cuestionó la disolución de la Unión Soviética, decidida en el Tratado de Belavezha, de 1991, por entonces presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkevic.
El país que Lukashenko gobierna desde 1994, no es formalmente totalitario porque tiene una fachada institucional democrática.
Lukashenko comenzó a convertir el Estado bielorruso en un feudo despótico hace dos décadas.
El proceso se aceleró desde el fraude que aplicó en la última elección presidencial, que provocó masivas protestas, a las que reprimió con brutalidad.
La atleta bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya desertó en los Juegos Olímpicos de Tokio al enterarse de que -al regresar a su país- sufriría consecuencias por haberse manifestado a favor de las protestas contra el autoritarismo de Lukashenko.
Mientras corría a pedir asilo en la embajada polaca, su marido huía del Bielorrusia.
A su pedido desesperado de asilo, Tsimanouskaya lo argumentó diciendo que Lukashenko intentaría secuestrarla en Tokio y llevarla por la fuerza a Bielorrusia.
Y no es un temor descabellado. Meses antes, el déspota hizo desviar hacia Minsk un vuelo de la aerolínea Ryanair para capturar y encarcelar al periodista disidente Román Protasevich.
En estos días, aparecía ahorcado en un parque de Kiev el disidente bielorruso Vitali Shishov, asilado en Ucrania. El cuerpo colgando de un árbol recordó la muerte de Boris Berezovsky, disidente ruso enfrentado con Vladimir Putin que murió ahorcado en el Reino Unido.
El jefe del Kremlin, además de ser un abierto defensor y protector de Lukashenko, parece también ser el modelo a seguir por el déspota bielorruso en lo referido a la eliminación de enemigos y de críticos.
La captura de Protasecich desviando un vuelo comercial y la extraña muerte de Shishov, justifican el temor que llevó a la atleta olímpica a pedir asilo en Polonia para no volver a su país.