Por Claudio Fantini. Detrás del ceremonial y de la suntuosidad, lo que hay es un hombre que no hizo nada para merecer el privilegio al que accede.
Igual que sus ancestros, Carlos III se convirtió en rey sólo porque su madre (Isabel II) se murió, así como ella fue coronada por el fallecimiento de su padre, Jorge VI, sobre quien había caído la corona que su hermano, Eduardo VIII, arrojó para casarse con la plebeya, extranjera y divorciada de la que se había enamorado.
Hoy, el mérito no existe en la monarquía.
Para bien o para mal, siglos atrás, muchos se convirtieron en reyes combatiendo en arduas guerras o tejiendo intrigas palaciegas. Pero desde el siglo XX, el que sigue en la línea sucesoria no tiene más que sobrevivir al antecesor para sentarse en el trono.
El sentido común también revela que el origen divino del poder que justificó las monarquías desde hace miles de años, no es más que una patraña.
Sin embargo, una de las sociedades más modernas, desarrolladas y racionales siempre atrapa la atención mundial con las imponentes ceremonias de la realeza.
Captar la atención mundial, cautivando a propios y a extraños, es uno de los objetivos, porque fortalece la “marca país” del Reino Unido.
Otro objetivo es generar en la nación británica la sensación de que hay un orden y una unidad que prevalecen a un mundo en vertiginosa transformación, porque el Estado y la sociedad saben avanzar hacia el futuro abrazado a las tradiciones forjadas en el pasado.
Finalmente, por cierto, además de simbolizar una nación y también a las naciones de la mancomunidad británica (Commonwealth), el objetivo es cautivar para sostener en el tiempo una sociedad jerarquizada.
Igual que Carlos III, su madre y su abuelo no hicieron méritos para llegar al sitial de privilegio que alcanzaron. Pero tanto Isabel II como Jorge VI, supieron luego ganarse el merecimiento.
Jorge VI: Albert Frederick Arthur George
Jorge VI, apostó a mantener la unidad y el espíritu en alto durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler lanzó lluvia de bombas sobre Gran Bretaña. Si bien tenía la posibilidad de emigrar con su familia a un sitio seguro, eligió quedarse en Londres. Por eso, terminó mereciendo el cargo al que llegó sin merecerlo.
Su muerte prematura convirtió a su hija mayor en la reina Isabel II.
Isabel II: Elizabeth Alexandra Mary
A Isabel II también le tocaron tiempos difíciles: la Guerra Fría y las revoluciones culturales, como las del arte pop y de la cultura psicodélica, impulsadas por una juventud que parecía decidida a romper con un pasado plagado de injusticias, prejuicios y costumbres anacrónicas.
Los únicos méritos de Isabel II fueron la discreción y la moderación. No obstante, aportaron para mantener algo que los británicos necesitan: lo que permanece inalterable en un mundo lanzado a vertiginosos cambios y transformaciones. Ante el vértigo de este tiempo, los ingleses, galeses, escoceses y norirlandeses saben que les basta con mirar a Buckingham para encontrar lo que se mantiene inalterable.
Carlos III: Charles Philip Arthur George
La pregunta es si Carlos III sabrá, como su abuelo y su madre, ganar durante su reinando el merecimiento que no tenía al ser coronado. Falta ver cuál será su aporte a:
¿Carlos III ganará el respeto que supieron obtener Jorge VI e Isabel II? ¿O por el contrario, agravará la antipatía que generó siendo el marido distante que hizo sufrir a la princesa de la que el pueblo se había enamorado? En ese punto, la nueva reina aporta poco a lo que necesita la corona británica, porque Camilla Parker era “la otra” en esa historia novelesca quetuvo como heroína sufriente a Lady Dy.
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