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Por Claudio Fantini. El kirchnerismo trata a la realidad como si fuera líquida y tomara la forma del recipiente que la contiene. La lectura que hace Cristina Kirchner y, por ende, el resto de esa fuerza política –la oposición más dura al Gobierno- es que Mauricio Macri es el equivalente local a Donald Trump: “Dos millonarios derechistas que gobiernan para los ricos”. ¿Es así?
La realidad visible es que Trump fue una mala noticia para el gobierno macrista, que tenía excelentes vínculos con Barack Obama y apostó abiertamente a la continuidad de los demócratas en la Casa Blanca.
También es visible que Trump implica la expresión norteamericana del rasgo más fuerte de esta etapa de la historia: la “desglobalización”. Una instancia traumática que ralentiza la marcha hacia la aldea global, engendrando liderazgos demagógicos, que intentarán la restauración de un mundo condenado a desaparecer.
La “desglobalización” que propone Trump será doblegada por la tendencia de la historia hacia la unificación de los mercados (comercial y financiero) y la interactuación entre las sociedades.
Un retroceso que quizá pueda tener resultados en el corto plazo, pero no tiene perspectiva en el largo plazo. Será inexorablemente doblegado por la tendencia de la historia hacia la unificación de los mercados y la interactuación cada vez más fluida entre las sociedades.
La sociedad global no es un plan ideológico, sino un proceso incontenible, motorizado principalmente por el desarrollo de las tecnologías productivas-financieras y comunicacionales.
Los demagogos que está produciendo esta etapa del proceso, debido a la concentración de la riqueza y la desaparición del empleo, sólo podrán actuar como los medicamentos con ciertas enfermedades degenerativas: aminorando la marcha temporalmente, pero sin posibilidad de detenerlas y, menos aún, de revertirlas.
El kirchnerismo fue una expresión argentina de la fuerza regresiva que genera esta etapa de la historia. Personajes como Guillermo Moreno identifican el intento de imponer desde el Estado un dictat a las empresas.
Y tanto Néstor Kirchner, como su esposa y sucesora, impusieron el populismo proteccionista, que debilitó incluso al Mercosur, mientras el mesianismo sectario dividía a la sociedad, al alentar la confrontación y justificar la acumulación desmesurada de poder al señalar (en formar permanente) un “enemigo”.
Eso es lo que hace Trump. Señala enemigos, dividiendo a los norteamericanos, mientras retira a los Estados Unidos de los acuerdos de libre comercio que esa potencia había impulsado; levanta barreras proteccionistas y procura imponer a las empresas el destino de sus inversiones.
Macri debe tomar nota de que el mundo en el que prometía reinsertar a la Argentina está siendo desarmado por el presidente norteamericano, por los liderazgos euroescépticos que surgen en el Viejo Continente y por su patrocinador ruso, Vladimir Putin. En el fondo, todos seguidores de las ideas de Aleksandr Duguin y demás ideólogos de la “desglobalización”.
A su vez, el kirchnerismo debe interrumpir el onanismo ideológico para comprender que el rostro argentino que aparece en el espejo de Trump no es el de Macri, sino el de Cristina Kirchner, que dicho sea de paso, también es millonaria.
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