Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Eugenio Gimeno Balaguer. ¿Te apetece?, es una pregunta familiar frecuente, sobre todo en España, a alguien que se le ofrece algo. Lo que moviliza a una persona es el deseo, pero ¿qué es el deseo? ¿Se puede educar? Muchos filósofos, psicólogos y educadores se han ocupado por esclarecerlo. Un repaso de deseo, apetencia y adicción.
Si nos enfocamos en los niños, veremos que a veces se manifiestan como “un deseo inacabable en acción”, especialmente cuando son estimulados por la televisión que les intenta vender todo lo que puede.
Jean-Jacques Rousseau, filósofo y pedagogo, en uno de sus libros Emilio o De la Educación, decía que si supiéramos generar en el niño el deseo de aprender, no haría falta que nos preocupásemos de que estudiara. Hoy, la actividad comercial centra su labor en generar deseos para que la gente consuma.
Una respuesta simple es “cuando se adquiere conciencia de una necesidad”. En mis escritos y en mis charlas siempre sugerí que la famosa escala de necesidades de Abraham Maslow, que es una pirámide que cierra en cinco niveles, debería ser una especie de cono truncado abierto en el nivel superior porque las necesidades no tienen límite. Satisfecha una, surge otra y, luego, otra y otra más.
Comparando la evolución humana no desde la prehistoria, sino de los últimos 30 años, se amplió el número y variedad de nuestras necesidades y, por consiguiente, de nuestros deseos (o viceversa, como usted prefiera).
Un publicitario famoso me decía hace unos meses en Barcelona: “Nuestra misión profesional es crear puentes para que la gente transite desde las necesidades a los objetos. Conocemos que la gente tiene deseos urgentes, imperiosos y efímero, por lo que las estrategias que sugerimos se amoldan a ellos”. Me citó el caso Pokemón Go y de los libros publicados, hasta uno de estrategias para captarlos que tiene casi 500 páginas, para lograr capturar unos 700 pokemones.
Nuestro análisis no puede obviar lo que llamamos “caprichos” y, a veces, pasa por aquí el comportamiento de mucha gente y no tanto por sus necesidades y deseos. Cuando a la pregunta del comienzo damos la respuesta: “Si me apetece”, estamos diciendo “No me muero por ello, pero bueno, dale,”
Entre caprichos y apetencias hay una delgada línea de separación, y ambos provocan lo que llamamos consumismo, que como sólo aporta un limitado y breve placer, se reitera para que su permanencia sea más prolongada.
Llevemos esto al campo de la información y casi que aquí podemos hablar de adicciones. Los mensajes por los distintos medios que los celulares usan, generan más que apetencia, generan adicción, tanto que en una encuesta de las cinco cosas que llevarían consigo a un lugar aislado de la Tierra o del mar, en España el lugar número uno lo consiguió el celular.
Pero esto no es todo. La adicción o más suave, la apetencia insaciable, es que ya no me interesa lo que acabo de recibir, sino el próximo que espero recibir. Esto, me genera ansiedad por la espera y la consiguiente necesidad y deseo que trae, en este caso, una particularidad.
Lo compruebo con mis alumnos: tiene que ser breve, lo suficiente para calmar y despertar el próximo eslabón de una cadena que cuando “me doy cuenta”, puedo intentar manejar y no que ella me maneje a mí.