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Por Claudio Fantini. Desde que Mauricio Macri usó en una entrevista el término “guerra sucia” para referirse al “terrorismo de Estado” que practicó la última dictadura militar, ha recibido una lluvia de críticas.
Ciertamente, lo que hizo el régimen genocida fue “terrorismo de Estado”. El uso sistemático de la tortura, el asesinato y la desaparición de personas a gran escala, supera el concepto de “guerra sucia” y resulta inadmisible cualquier terminología que, de un modo u otro, atenúe la criminalidad, ilegalidad y crueldad que caracterizaron a aquella dictadura atroz.
El concepto “guerra sucia” es más aplicable, por caso, a la lucha contrainsurgente que planteó Francia ante la rebelión argelina que encabezó Ahmed Ben Bella y el Frente de Liberación Nacional (FLN), a finales de la década de 1950 y principios de la de los sesenta. El ejército colonialista recurrió a la tortura y otras acciones aberrantes para someter a los independentistas. Pero el FLN era una guerrilla y hubo un enfrentamiento definible como “guerra”.
En Argentina, más allá de la selva tucumana, sólo hubo terrorismo de Estado. Pero eso no quiere decir que todos tengan derecho a corregir el error del presidente.
❝Por una cuestión de dignidad, quienes hablaron de ‘guerra popular prolongada’ debieran abstenerse de criticar el grueso error de Mauricio Macri.❞
Aunque las palabras de Macri demuestran, o bien ignorancia o bien negligencia o bien indiferencia ante esa etapa negra de la historia, sólo tienen autoridad moral para criticarlo todos aquellos que siempre defendieron el Estado de Derecho.
No parece ser el caso de quienes, en la oscura década del setenta, plantearon la “guerra popular prolongada” ante un gobierno que había surgido de las urnas.
Los que integraron aquellas organizaciones armadas y quienes defendieron ese accionar a pesar de las elecciones que había ganado Perón, al aplicar los conceptos y teorías bélicas de Mao Tse-tung y Chou En-lai en China, y luego Ho Chi Ming y Nguyen Van Giap en Vietnam, habían planteado el conflicto en términos de guerra. Eso no justifica el terrorismo de Estado, porque la dictadura sabía que el choque en la selva tucumana no fue la regla sino la excepción.
Esto implica que no hubo guerrillas, sino organizaciones armadas que cometían asesinatos, atentados y secuestros. Por tanto, ni los grupos armados ni el régimen genocida podían hablar de “guerra”.
Esas organizaciones, que citaban a Mao a Ho Chi Ming y al Che Guevara, aunque no aplicaban en la realidad una guerra de guerrillas, fueron las que, sumando sus crímenes a los de la Triple A, allanaron el camino al golpe y su funesta consecuencia: la dictadura más feroz y criminal de la historia argentina.
Por una cuestión de dignidad, quienes entonces hablaron de “guerra popular prolongada” debieran abstenerse de criticar el grueso error de Mauricio Macri. En su caso (y sólo en su caso) es hipocresía.