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Por Claudio Fantini. En la antesala de las urnas, el clima político en Estados Unidos se enrareció y se cargó de oscuros presagios. Es posible vaticinar que el próximo gobierno nacerá jaqueado por la desestabilización y ensombrecido por el fantasma del juicio político, cualquiera sea el ganador de la elección.
Este martes, la elección (que se resuelve en 10 estados clave) dará a los norteamericanos o bien un gobierno impredecible encabezado por un personaje desopilante y temerario, que supo excitar los pliegues racistas y xenófobos de la sociedad de Estados Unidos (Donald Trump); o el de una mujer atacada por el extremismo ultraconservador, sometida a movimientos desestabilizadores y acosada por el caso de los e-mails de su gestión como secretaria de Estado de la administración de Barack Obama (Hillary Clinton).
Trump supo continuar y profundizar la estrategia lanzada por el Tea Party y otros lobbies ultraconservadores para estigmatizar a Hillary Clinton como una mujer ambiciosa, deshonesta y poco confiable.
Esos lobbies interpretan al sector de la sociedad blanca, anglosajona y protestante más reaccionaria (identificada como WASP), que soportó malamente tener durante estos años un presidente negro, y lo atormenta la posibilidad de que vaya a gobernarlos una mujer.
Con su tardía y turbia reapertura del caso de los mails de Clinton, el FBI hizo su aporte a la furia ultraconservadora contra la candidata demócrata. Paralelamente, Trump lanzaba al escenario electoral una palabra políticamente sísmica: fraude.
Todo es posible (el hostigamiento a Hillary Clinton o el juicio político contra Trump) en este extraño paisaje electoral, donde el clima político se enrareció, cargándose de oscuros presagios.
Según el razonamiento expuesto por el magnate inmobiliario, hubo un fraude pre-electoral perpetrado a favor de Hillary por los grandes medios de comunicación. Y si no se logra el objetivo de mantener a los demócratas en la Casa Blanca, se perpetrará un fraude en las urnas. De ese modo, Trump y quienes se hicieron eco de su teoría conspirativa deslegitiman un gobierno de Hillary antes de que naciera.
Sugestivo es que, entre las voces que se hicieron eco de la denuncia de fraude, está la de las organizaciones militarizadas a las que llaman milicias. De las cercanías de estos grupos extremistas que predican la supremacía blanca y se declaran enemigos del gobierno federal por considerarlo manejado por la ONU y el judaísmo, salieron personajes como Timothy McVeigh, el hombre que en 1975 detonó -con un coche bomba- el edificio estatal Alfred Murray en Oklahoma City, matando a 165 personas, en lo que fue el peor atentado terrorista en Estados Unidos anterior al 11-S.
Voceros de la milicia que opera en Georgia dijeron que todas esas agrupaciones lucharán con sus armas contra un gobierno de Hillary Clinton, porque sería el fruto de un fraude electoral.
Si de la elección surgiera un gobierno demócrata, nacería jaqueado por la desestabilización que Donald Trump alentó en un territorio de profundos rencores, que abonan –desde hace años- grupos ultraconservadores.
Si, por el contrario, el martes se impusiera Donald Trump, no se disiparían los presagios que se ciernen sobre la sucesión de Obama. Una administración encabezada por el polémico y millonario empresario resultaría impredecible. Y no sería descabellado que la alta dirigencia republicana, que ya se ha manifestado contra el candidato que se impuso en las primarias de los conservadores, aproveche alguna circunstancia para instrumentar un juicio político que termine dejando la presidencia en manos del vicepresidente Mike Pence.
El senador por Virginia -que acompaña a Trump en la fórmula-, es un republicano equilibrado y aceptado por el establishment del “grand old party”.
Si en la presidencia Trump sigue cometiendo estropicios verbales y gestuales, o sigue aflorando información de su pasado que lo muestra despreciable, la élite republicana podría entenderse con los demócratas para aplicar un juicio político como el que se le aplicó a Bill Clinton, pero más inspirado en el proceso legislativo que destituyó, en 1997, al presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram por “incapacidad mental”.
Todo es posible en este extraño paisaje electoral, donde el clima político se enrareció muy densamente, cargándose de oscuros presagios.