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… o por algunas de sus implicancias.
En cuanto al resto de la población, sobre todo la que vive y sufre al día, está más pendiente de lo cotidiano y de sus pequeñas distracciones. Por ejemplo, están enfrascadas en las explosiones celestes. Esas luces, que iluminan a giorno las noches de Caracas, Boston o Santiago del Estero, ¿de dónde provienen? ¿Son de buen o mal augurio?
La mayoría se inclina por lo segundo, en una actitud razonablemente culposa. “La Tierra está enojada, porque nos hemos portado mal”, sentenció la verdulera.
Con distintos matices, esa lógica imperaba con emperadores y faraones, que dominaban a sus pueblos con el temor a los fenómenos astrales. Antes nos reíamos, o nos asombrábamos de tanta ingenuidad. Pero ahora entendemos que el hombre común le tema a las represalias de la naturaleza. En menos de 100 años hemos devastado el planeta, a fuerza de consumo y depredación.
En rigor a la verdad, los fenómenos nocturnos obedecen a una lluvia de meteoritos, que se extenderá por varias semanas más. Lo cual no quita que la mayoría de las religiones ya adviertan sobre los “pecados” que conducen al “Apocalipsis climático”.
Un artículo de la Deutsche Welle señala que desde el papa Francisco a ayatollás y derviches instan a ser “custodios de la creación”. Los líderes de más de 100 creencias han suscripto una “Declaración de las Religiones sobre el Cambio Climático”. De allí han surgido normas insólitas o risueñas:
■ Budistas chinos y taoístas quieren limitar el número de varillas de incienso a tres por persona, para reducir la contaminación ambiental;
■ La Iglesia Anglicana y el “sijismo” (credo muy practicado por los orientales afincados en Europa) acordaron instalar paneles solares en los tejados de sus templos.
■ Los musulmanes africanos predican contra la deforestación y el consumo de carbón.
■ Un pastor ugandés sólo casa a aquellos contrayentes que previamente hayan plantado un árbol.
¿Y nosotros? Con que empezáramos a limpiar el Parque Sarmiento o los basurales más próximos a nuestro domicilio, ya nos habríamos ganado un pedacito del Cielo. O de la Tierra.