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Por Claudio Fantini. La clave del enfrentamiento entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner es si se actúa pensando revertir -al precio que sea el resultado de las PASO-, o si se actúa pensando en los dos años que le quedarán al Gobierno después de los comicios legislativos. Las dos posiciones en puga y el impacto del nuevo Gabinete nacional.
Para Cristina Kirchner, el Gobierno debe lograr a cualquier precio que las urnas le den la mayoría parlamentaria que necesita para imponer la reforma judicial que pretende. Para Alberto Fernández, la prioridad no es ganar a como sea la elección legislativa, sino atravesar del mejor modo posible los años que le quedan a su debilitada gestión. Y, de paso, recuperar la imagen de un Presidente en ejercicio de su poder.
El horizonte de la vicepresidenta está en noviembre porque sin mayoría en el Congreso, no podrá imponer la reforma judicial, lo que allanaría el camino a desandar los procesos que la arrinconan en el banquillo de los acusados.
En cambio, el horizonte del Presidente está en 2023, por lo que no quiere hipotecar el resto de su mandato pagando un altísimo precio en demagogia que le exige el kirchnerismo.
Cristina Kirchner prioriza que se caigan las causas judiciales aunque después se caiga la economía y la presidencia de Alberto, en cambio éste prioriza esta gris y mediocre estabilidad aunque el oficialismo pierda el control de ambas cámaras legislativas.
Para el primer mandatario no es tan grave gobernar con minoría en el Congreso. Su fuerte es manejarse en la transversalidad y para él no sería difícil lograr pactos de gobernabilidad y estabilidad económica con la oposición.
Incluso, esos pactos son más difíciles de alcanzar con Cristina Kirchner y sus seguidores, quienes exigen sumisión a la líder, confrontación agresiva contra la oposición y los medios de comunicación críticos y radicalización de las políticas económicas.
La ofensiva que lanzó Cristina Kirchner es humillante para Alberto Fernández. Aceptar su ultimátum es arrodillarse y terminar de degradar la imagen de su gestión.
Aunque no parezca, el presidente tiene una ventaja en esta pulseada: podría gobernar sin el apoyo de Cristina Kirchner, incluso con la vicepresidenta en contra y saboteándolo.
En cambio, ella es la que quedaría en peor situación si rompiera la coalición gubernamental.
Salvo que lograra una ola de votos que le den mayoría legislativa en noviembre, quedaría más debilitada frente a un aparato judicial que avanza cuando ve debilidad, y se detiene y hasta da marcha atrás cuando ve poder con futuro.
La vice tiene a su favor un instinto neroniano, que -en los duelos con potencialidad de daños colaterales irreparables- le da ventaja porque es la que se anima a incendiar la urbe.
Si Alberto Fernández decide contraatacar dejando a afuera a todos los cristinistas, la que queda más a la intemperie es ella, por su situación judicial.
La “filtración” del audio en el que la diputada ultra K Fernanda Vallejos insulta y degrada al presidente, exigiéndole que se someta totalmente a Cristina Kirchner, fue el segundo disparo del cristinismo.
El país observa este duelo electrizante. El problema del país es que está dentro del mismo ascensor.