Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Escribe Osiris Alonso D’Amomio para JorgeAsisDigital.com
Daesh impuso el terror. Obama, Hollande y Putin no se ponen de acuerdo por Bashar.
Por sobrevolar su espacio, con un rotundo misilazo Turquía derriba un avión de Rusia. En el mismo martes en que Francia, en su más alto nivel, trata de convencer a Estados Unidos -aliado de Arabia Saudita– en que la manera más eficaz de aniquilar el Estado Islámico (Daesh) es a través de la asociación con Rusia, la principal aliada en la región de Irán (máximo enemigo de Arabia Saudita). Y sostén -junto con Rusia- de lo que queda del régimen de Siria, que aún preside Bashar El Assad, el oftalmólogo.
Los países citados en el párrafo anterior registran, en su totalidad, una coincidencia de fondo: quieren terminar con la aventura del califato demencial.
Un desafío para el conocimiento. Resume la melancolía del falso regreso hacia el Siglo XIII, pero a través de los instrumentos más sofisticados del siglo XXI. Combinan el medioevo con el marketing.
El avión ruso patrullaba la región en conflicto. Bombardeos de posiciones rebeldes que luchan contra Daesh. Pero también -sobre todo- contra Bashar. El oftalmólogo se obstina en la resistencia, en plena destrucción de su país artificial. Pero no quiere terminar como Ben Alí, ni Hosni Moubarak. Menos como Khadaffi. O Sadam.
Es un embrollo geopolítico donde convergen intereses cruzados, contradicciones para especialistas, etnias que confrontan.
La Francia, atacada el 13 de noviembre, con la legitimidad que le brindan los 130 muertos de París, asume que se encuentra en guerra. Y se reporta ante Estados Unidos, la superpotencia que ya no puede equivocarse más, al menos en Medio Oriente. Francia busca planificar junto a Rusia la ofensiva definitiva que convierta al Estado Islámico en pasado. Pero se trata del peor presente. Daesh. Que hasta hoy domina, con amplitud, esta violenta guerra cultural de inteligencia. Con un manejo sabio de la acción psicológica que mantiene a las sociedades aterradas, arrastradas por un conflicto que no entienden. Padecen la angustia permanente por otro posible atentado. Sociedades dispuestas a conceder aspectos esenciales de la libertad, por la prioritaria noción de seguridad. En ciudades, al extremo, casi clausuradas. Como Bruselas. Fuente de yihadistas.
En esta extraña guerra cultural de inteligencia los países involucrados, de Europa, del norte de América, tendrían que compartir el insumo de la información. Sin competir. Ni mezquinar los datos relativos a la circulación de los sospechosos rigurosamente vigilados. Los que se las ingenian para ingresar en lo que fue Siria, combatir por la alucinación de Daesh y volver. Para continuar con la misma guerra pero en otro ámbito. En París, por ejemplo, o en Londres, aunque mezclados entre los infieles. Con la posibilidad de sorprenderlos, en cualquier momento, con un estallido.
Daesh ocupa gran parte de los estados fallidos de Siria e Irak. Un territorio con diez millones de víctimas eventuales que están a merced de los sunnitas radicalizados, ofendidos y humillados, primero en Damasco y luego en Bagdad. Pero ahora con el control de inagotables yacimientos que expenden, sin mayor inconveniente, el producto. El petróleo, con el que se financian, ya sin necesidad de la zakat, suerte de cooperación obligatoria de los aportadores de fondos para promover el Islam.
A través de las tercerizaciones, el producto negro del Califato llega a los establecimientos fabriles de China, o del mismo corazón de Europa. Ninguna novedad. Dignamente regenteado por los especialistas en petróleo formados con el extinto Sadam.
La disidencia de las tres potencias, miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Francia, Estados Unidos y Rusia), pasa por la estabilidad de Bashar.
Hollande y Obama lo combatieron a Bashar y no aceptan ningún arreglo que contemple su continuidad.
Mientras tanto para Putin la ofensiva contra Daesh tiene un límite. Es Bashar. Ninguna solución para el conflicto si no se sostiene al dictador, que se destaca por ser más asesino aún que Haffez, su padre.
Ya le advertía Putin a Obama y Hollande. Combatir a Bashar era un error que iban a pagar caro. Por proteger al aliado Arabia Saudita, que fue, en el origen, el principal aportante de fondos (junto con Qatar), para los combatientes que enfrentaban a Bashar. Aunque iban a crearle, de paso, ya que estaban, el Estado Islámico. Algo comparativamente más grave que el dictador amurallado, Bashar. Con Al Baghdadi como Califa y con Raqqa como capital transitoria. Y un medio de comunicación. Dabiq.
Consta que Arabia Saudita (rigoristas sunnis) confronta, en los diversos frentes de la región, con el Irán chiita. La aliada indeclinable de Rusia, y máxima protectora de la Siria de Bashar.
Pero aparte se encuentra Turquía, el otro actor que también ansía la caída de Bashar. Por lo tanto Turquía se encuentra en pugna con Rusia, o sea con Putin, y contra Irán. A partir del esquema descripto puede entenderse el agravamiento de la situación, al registrarse la caída del avión ruso.
Entonces Turquía se instala en el centro del conflicto. E irrita notablemente con la volteada del avión, a los aliados, Francia y Estados Unidos. Estados que tienen inteligencias lo suficientemente afiladas como para saber que los luchadores occidentales entran y salen de Siria con comodidad. A través de la vista gorda de Turquía.
Utilizan el paso fronterizo de Hatay, cerca de la Antioquía del rito. Con túneles que los “pasadores” utilizan para llevar a los combatientes hacia Daesh. Donde los aguarda el vehículo que los traslada hacia Atma, o casi seguramente a Idlib. En un rincón de Siria donde funciona un campo de adiestramiento. La perfección para aprender a degollar infieles, obnubilados con la bata naranja. O para matar cuando regresen, en bares, teatros de ciudades donde, por mil motivos, deciden no integrarse.
Para ganar esta guerra cultural de inteligencia es gravitante la información. Más eficaz que los bombardeos, que afectan sobre todo a la población civil.
Tal vez, las potencias occidentales deberían asumir el riesgo de las cabezas cortadas, que aterra a sus sociedades, y enviar tropas al territorio.
Al cierre del despacho puede consignarse que quienes tienen mayor capacidad y valor, para desempeñarse entre las arenas de Raqqa, Tikrit y Mosul, son los kurdos, para horror de Turquía. Y los iraníes, para horror de la Arabia Saudita.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.com
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