Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Lula se aferró hasta último momento a su sentenciada candidatura. No debe ser fácil desistir de una postulación cuando todas las encuestas le vaticinaban un amplio triunfo en primera vuelta en Brasil, que podría, incluso, no requerir de segunda vuelta. Finalmente, Lula eligió como postulante del PT a Fernando Haddad, ex alcalde de San Pablo, resistido por el ala sindical.
¿No vió Lula las abrumadoras señales de que la decisión de sacarlo de la competencia era inamovible? ¿No le resultaba evidente que el pulgar institucional que le habían bajado ya no se levantaría?
La duda se justifica porque la demora en lanzar de manera clara e inequívoca la candidatura de Fernando Haddad, reducea la posibilidad de triunfo del Partido de los Trabajadores (PT). Y con Haddad en el Palacio del Planalto, existiría la esperanza de un indulto presidencial que rescate a Lula de los 12 años de prisión que empezó a cumplir en Curitiba.
La resistencia a deponer la candidatura fue tan grande, que la renuncia fue llegando en dosis. En la mañana del último día, hubo una carta de Lula a la dirigencia y militancia partidaria que deslizaba un reconocimiento implícito de la sucesión.
“Mi voz es la voz de Haddad”, decía una línea enviada a una convención partidaria que se realizaba en una universidad católica paulista. Horas más tarde, la admisión del sucesor como cabeza de lista se hizo explícita e inequívoca.
¿Era Lula quien se aferraba a una candidatura que ya había sido sentenciada por la Justicia? Lo más probable es que haya sido el ala sindical del PT la que resistió.
Lo más probable es que haya sido el ala sindical del PT la que se aferró con terquedad a la esperanza de que, al cabo de tantos recursos interpuestos en todas las instancias existentes, alguno pudiera salvar la postulación del líder que proviene del gremialismo metalúrgico de San Pablo.
Como Fernando Haddad es un académico con vínculos en el sector intelectual del espacio partidario, el poderoso sector sindical presionó a los juristas del PT para que buscaran por todos los medios salvar la candidatura de Lula. Ese esfuerzo traspasó fronteras razonables, porque dejó al partido sin fórmula clara cuando las demás fuerzas la llevaban tiempo haciendo campaña.
Entre otras cosas, porque el PT no es una estructura homogénea y el sector donde Haddad tiene sus vínculos nada tiene que ver con el poderoso brazo sindical.
Los jefes del aparato gremial del partido sienten que, si ese miembro del ala intelectual venciera, para ellos la realidad no sería tan diferente con la victoria de cualquier otro candidato, con excepción de Jair Bolsonaro, el demagogo de ultraderecha que amenaza con lanzar una ola de macartismo.
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La pregunta es si el sindicalismo petista pondrá, de ahora en más, toda la energía que se reservaba para una campaña de su líder natural. Lula querrá que inviertan en el nuevo candidato la misma energía electoral que habrían puesto en él, porque -de llegar al Planalto el intelectual que fue su ministro de Educación- habrá una esperanza de recibir un indulto presidencial que lo rescate de la cárcel.
La otra pregunta es si el PT está aún a tiempo de hacer que su flamante candidato pueda succionar los votos de Lula. En la caza de ese caudal de sufragios, quien picó en punta es el socialista Ciro Gomes. Este dirigente, que inició su carrera política en el centroderechista PMDB y desembocó en la centroizquierda que no se deja absorber por el PT, es quien se perfila para acceder al ballotage.
Sea Ciro Gomez o quien dispute el último mano a mano con Bolsonaro, lo más probable es que gane la segunda vuelta el 23 de octubre.
Quizás por la exagerada demora en consolidar su candidatura, Fernando Haddad es el único que no tiene garantizado un triunfo en el ballotage con Bolsonaro. Los sondeos anticipan un empate.