Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Los reyes europeos que partieron al exilio lo hicieron porque revoluciones o movimientos republicanos los echaron de sus tronos. Pero Juan Carlos, rey de España, ha tenido que desterrarse por decisión propia, para que los estropicios que cometió en las últimas décadas no hundan el reinado de su hijo Felipe VI o los catalanes no abandonaran España. La carta de Juan Carlos es una de las “tribulaciones” y “lamentos” que un “tonto rey” está viviendo en su inimaginable ocaso.
Queda ver si la partida de Juan Carlos de España alcanza para evitar el hundimiento de la corona española, que encabeza su hijo Felipe VI.
Tal vez, la renuncia sea demasiado tarde para salvar una institución anacrónica que sólo puede subsistir si sus exponentes y demás miembros colaboran con la grandeza del Estado y la Nación que representan.
Eso había hecho Juan Carlos de Borbón y Borbón después de enterrar al dictador que lo había entronizado, el generalísimo Francisco Franco, pasando por arriba de su padre, Juan de Borbón y Battenberg, que era el heredero directo de Alfonso XIII.
Haber aceptado ser el instrumento con que Franco le negó el trono a su padre, fue una página gris en una historia que ya tenía páginas negras, como la muerte de su hermano por el arma que él disparó, en forma accidental según la historia oficial, cuando ambos estaban saliendo de la niñez.
Desde que ocupó el trono, su historia se plagó de páginas gloriosas. Juan Carlos supo ver que el deseo del dictador muerto, Francisco Franco, era inconducente, por lo que llevó a España a la democracia.
Mantuvo horas de inquietante silencio cuando el coronel Antonio Tejero ocupó las Cortes y disparó dentro del hemiciclo procurando herir de muerte al Estado de Derecho. El título de ese capítulo de la historia es que fue el rey quien desbarató la rebelión golpista cuando, finalmente, apareció llamando al Ejército y a las instituciones a defender el Parlamento y a salvar la transición democrática.
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Junto a los nombres de Adolfo Suárez y Felipe González, está el nombre del monarca en la historia luminosa de la democratización de España; su salto al desarrollo económico y su ingreso a las instituciones comunitarias, que pusieron fin a la afirmación de que “Europa termina en Los Pirineos”.
Después empezó la decadencia. En medio de una crisis económica devastadora, los españoles descubrieron incrédulos la foto de su rey posando junto al elefante que acaba de matar en un safari en Botsuana.
El rey que figuraba como alto miembro de asociaciones protectoras de animales, dilapidaba dineros de una economía anémica con el asesinato de elefantes en África.
A partir de entonces, surgieron las pruebas de sus infidelidades a la reina Sofía y de las millonarias comisiones que se autoasignaba por negocios con monarquías árabes.
Finalmente, llegó por boca de Corinna Larsen, una de sus amantes más poderosas, la revelación de pagos y de cuentas secretas que terminaron hundiendo en el naufragio aquella deriva bochornosa.
Felipe VI está parado sobre un sismo político que puede destruir el mapa español a partir de las rebeliones del País Vasco y de los catalanes.
La intensidad del temblor creció con las revelaciones sobre las cuentas ocultas de Juan Carlos. El actual monarca español ya había desgarrado la imagen del ex rey al renunciar a su herencia y quitarle las representaciones que ostentaba.
Pero las presiones continúan. Defender al padre debilita aún más la corona y acreciente el separatismo republicano en Cataluña y en el País Vasco. Por eso empezó a reclamarle que abandone el Palacio de la Zarzuela. Y procurando dar un último servicio a la monarquía y al Estado que sobre finales del siglo XX él había fortalecido, aceptó autoimponerse el destierro.
Falta ver si el gesto es suficiente para salvar la corona o la unidad de España.