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Por Rosa Bertino. En días hábiles se nota, pero no tanto. En los feriados largos, se hace insoportable. A falta de noticias, los portales y sitios online despliegan traseros, escotes, e ignotas estrellitas filmándose en el baño o en la cama.
Sólo un tornado o un accidente nos eximen de la pornografía de salón. Quien se guíe únicamente por la «compu» y la TV abierta, creerá que el mundo padece un grave trastorno de índole sexual. Y no es así.
La gente mira, pero no compra
A la hora de sacar una entrada, elige espectáculos convencionales, con músicos o actores completamente vestidos.
No paga por sexo. Está harto del que le imponen las pantallas chicas.
La prueba más evidente: el suceso de los elencos porteños. La temporada otoño-invierno florece en esta Capital, y es casi lo opuesto de la veraniega.
Toc-Toc y ¿por casa?
Es muy raro que el “buen teatro” haga pie en Carlos Paz. Más raro aún, que Nazarena Vélez, Flor de la V o una Carmen Barbieri vengan a Córdoba. La última vez que Moria Casán trajo una revista, fue cuando estaba el Comedia, en la calle Rivadavia. A esa sala y su productor les costaba mantenerse en pie, porque no había el público que hay ahora.
El cordobés actual llena plateas, a un promedio de 200 pesos cada una. En pocos meses vinieron:
● Jorge Suárez (La última sesión de Freud)
● Julio Chávez (La Cabra)
● Miguel Ángel Solá (El veneno del teatro)
● Luis Brandoni (Conversaciones con mamá)
● Leonardo Sbaraglia (Territorio del poder).
A todos los aplauden a rabiar, aunque varias de esas puestas están viejas, y se les nota.
Pero lo más sorprendente, y definitorio, ha sido el éxito de Toc-toc. Tuvieron que agregar media docena de funciones, y hubieran podido seguir llenando la Ciudad de las Artes.
Conste que a Córdoba vino el banco de suplentes, porque el elenco principal no puede dejar Buenos Aires. Media docena de caras y nombres desconocidos para el gran público. Los seis se lucieron en una comedia del francés Laurent Baffie, cargada de palabrotas en la versión rioplatense. Es la única objeción que podemos hacerle, y el único lastre de la televisión y la idiosincrasia porteñas.
La pieza gira alrededor de los trastornos obsesivo-compulsivos (TOC), tan en boga en la actualidad. Antes se llamaban “manías”, y no necesitaban medicación. El autor plantea problemas reconocibles, cero desnudo y gasta un par de pullas relacionadas con el sexo.
La compulsión sexual es un trastorno de la televisión berreta, no del espectador. ●