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Por Claudio Fantini. En Latinoamérica, los sectores que se sienten excluidos de la escena política por los gobiernos populistas con los que disienten, esperan de Jorge Bergoglio lo que aguardaban la mayoría disidente y católica de la Polonia de Karol Wojtila: que desatara el vendaval que los liberara del yugo que los oprimía.
¿Qué pasó en su visita a Cuba?
En esos sectores, muchos miran con escepticismo y desilusión al papa Francisco, cada vez que esperan de él palabras que no llegan. La pregunta es si corresponde esperar del Papa argentino lo que las disidencias atrapadas en el Pacto de Varsovia esperaban del Papa polaco.
Una diferencia: algunos populismos latinoamericanos tienen rasgos totalitarios, pero no son el totalitarismo que -sin dudas- regía en Polonia y los demás países de la órbita soviética. Al igual que Pablo VI con los tercermundistas latinoamericanos, a quienes dejaba embestir contra dictaduras y sistemas injustos, el papa Francisco tendría como estrategia pronunciarse a través de las iglesias locales.
Un dato a tener en cuenta. Si Pío XII calló los crímenes del nazismo y los dos siguientes pontífices, Juan XXIII y Pablo VI, fueron muy cuidadosos en sus pronunciamientos respecto a dictaduras de izquierda y de derecha, al igual que Juan Pablo II, que no embistió directamente, por caso, contra las dictaduras militares latinoamericanas, africanas y asiáticas, ¿por qué exigirle a Bergoglio lo que no ocurrió antes de que él se sentara en el trono de Pedro?
El Vaticano es un barco que siempre ha navegado en la tormenta histórica, porque sus timoneles saben de equilibrios como los más experimentados diplomáticos.
Al igual que Pablo VI con los tercermundistas latinoamericanos, a quienes dejaba embestir contra dictaduras y sistemas injustos, Francisco tendría como estrategia pronunciarse a través de las iglesias locales.
Son constantes y contundentes los pronunciamientos de la Iglesia venezolana contra las arbitrariedades chavistas y de la ecuatoriana contra los derrapes autoritarios de Rafael Correa. También la Iglesia argentina y la Universidad Católica Argentina (UCA), con sus mediciones de pobreza, contrarían al gobierno local.
Donde la Iglesia pasó de la fricción al silencio total es en Cuba. Lejos de aquellas pulseadas que mantuvo en la década de 1970 y también en las posteriores, el clero de la isla antillana se ha encerrado en el silencio y, durante la vista de Francisco, se encargó de impedir que organizaciones disidentes, como las Damas de Blancos y otros entes de familiares de presos políticos, pudieran tener el más mínimo contacto con el pontífice. Esa política no la creó Francisco, sino Juan Pablo II cuando acordó con Fidel los términos de la primera visita de un jefe de la Iglesia Católica a Cuba.
Lo ocurrido a continuación parece indicar que el acuerdo fue que el régimen cubano ampliara el margen de maniobra y la influencia eclesiástica, a cambio de que no haya pronunciamientos públicos de corte político de parte del clero.
La libertad de culto ha crecido desde entonces, o más bien el derecho de los católicos a practicar sus liturgias y a manifestar públicamente su fe, sin las persecuciones y limitaciones que tuvieron en las primeras décadas de la Revolución Cubana.
En eso, el papa Francisco no ha sido un reformador, sino un continuador.