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Por Claudio Fantini. El chavismo le fue corriendo el arco a la oposición y, finalmente, se lo sacó. Así, lo único que puede justificar un “diálogo” entre el chavismo y las fuerzas opositoras es el cumplimiento de la Constitución Bolivariana. Dialogar es acordar la pronta realización del referéndum revocatorio del mandato de Nicolás Maduro. Hablar de otra cosa es no hablar de lo imprescindible.
¿Lo tendrá en claro el papa Francisco? ¿Sabrá que si Nicolás Maduro buscó desesperadamente verlo, cuando en ocasiones anteriores fue quien se desinteresó del “diálogo” propuesto por la Iglesia, es porque ahora necesita ganar tiempo?
La jerarquía eclesiástica venezolana tiene en claro que el de Maduro es un gobierno inepto, corrupto y autoritario, que hace del discurso ideológico un escudo para defenderse; justificar su fracaso acusando a “la derecha” y la “oligarquía”. Esa “ineptocracia” cleptómana se está descomponiendo aceleradamente y apuesta la carta del “diálogo” para conseguir el oxígeno que le falta.
La oposición cumplió con el requisito de las firmas necesarias para un referéndum revocatorio que, de realizarse antes del 10 de enero, podría imponer un adelantamiento de las elecciones presidenciales. En cambio, si se realiza después de esa fecha, sólo tendría como efecto la salida de Maduro. En este caso, dejaría la Presidencia a quien le plazca o a quién imponga la otra cabeza del régimen: Diosdado Cabello.
La jerarquía eclesiástica venezolana tiene en claro que el de Maduro es un gobierno inepto, corrupto y autoritario. ¿Ayudará la mediación prometida por el papa Francisco?
Hace tiempo que la oposición cumplimentó los requisitos constitucionales para el referéndum, pero cada vez que lo hizo, el poder chavista (ya sea desde el Poder Electoral o desde el Poder Judicial, ambos subordinados al gobierno) le corrieron el arco, cambiando las exigencias por otras más difíciles de alcanzar.
La última fue establecer, de manera arbitraria, que el 20% de las firmas del padrón electoral debe conseguirse, no en un distrito único, como claramente lo señala la ley, sino en cada uno de los Estados que conforman la federación. Resignada a que le corran el arco, la oposición se había puesto manos a la obra, cuando el chavismo esta vez no corrió el arco, sino que -lisa y llanamente- lo sacó de la cancha.
Ni el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, ni el ex presidente dominicano Leonel Fernández ni el ex presidente colombiano y actual titular de Unasur, Ernesto Samper, han mostrado capacidad para una verdadera mediación. Lo que han hecho ha sido favorecer la estrategia de ganar tiempo que jugó el gobierno, pateando la pelota fuera de la cancha y corriendo el arco.
Ninguno conserva cuota alguna de legitimidad mediadora para reconducir el diálogo. Y la única alternativa es se sienten a dialogar los dos poderes enfrentados que amenazan con partir la sociedad y dirimir la disputa por la violencia: el poder chavista (que amalgama los poderes Ejecutivo, Electoral y Judicial) y el Poder Legislativo, o sea la Asamblea Nacional, con amplia mayoría opositora.
Ahora bien, dialogar ya no puede significar dar tiempo a Nicolás Maduro. Dialogar sólo puede significar acordar el cumplimiento de la norma constitucional, ergo, la realización inmediata del referéndum revocatorio.
La oposición venezolana lleva tiempo dividida entre el ala dura, que propugna derribar al chavismo con protestas y movilizaciones al sostener que jamás aceptará el cumplimiento de la norma, si ésta pone en riesgo su continuidad en el monopolio del poder. Por otra parte, el ala institucional propone cumplir con los tiempos y requerimientos constitucionales para sacar al chavismo, sin apartarse de la ley.
En el ala dura están Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledesma, mientras que al ala moderada la lidera el gobernador del estado de Miranda, Enrique Capriles. Si el grueso de la disidencia no hubiera aceptado el camino institucionalista de Capriles, en lugar del levantamiento popular propugnado por el ala dura, Venezuela habría caído en el caos y, probablemente, en una guerra civil.
El referéndum revocatorio era la última válvula de escape, que impediría el estallido generalizado. Cada vez que el gobierno corrió el arco, agregando exigencias a cumplimentar para la realización de esa consulta popular, la tensión política creció peligrosamente. Ahora, que directamente sacó el arco al anunciar los poderes Electoral y Judicial que se suspende la recolección de firmas y que no habrá referéndum, el chavismo invalidó la vía institucional, por la que siempre bregó Capriles.
O sea, le dio la razón a los líderes del ala dura, que siempre consideraron una pérdida de tiempo y de energía la vía institucional a la que se apega el gobernador de Miranda.
Una mediación del Papa sólo tendrá sentido si logra que Maduro acepte cumplir la regla constitucional que está violando. Lo único que se puede negociar en una mesa de diálogo es la transición hacia un gobierno de otro signo político, si así lo decidieran las urnas en el referéndum y en elecciones presidenciales adelantadas.
Se pueden negociar condiciones para el cambio de poder, pero no se puede negociar el cumplimiento de la norma constitucional. ¿Lo entenderá el papa Francisco? ¿Podrá lograr que Maduro deje de jugar sucio?