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Por Claudio Fantini. Como habían anticipado todas las encuestas, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en presidente de México. ¿Avanzará ahora el país hacia una deriva como sucedió en Venezuela en manos de un régimen cuasi totalitario? ¿Tendrá México como presidente a un caudillo personalista, autoritario e híper estatista, con modelo como el kirchnerista? ¿O será algo diferente a ambos casos? Repasemos.
Si sigue lo que expresó en los discursos desde su primer campaña presidencial, es posible que México inicie un caudillismo personalista novedoso en su historia. Las más de siete décadas de “priiato” (gobierno del Partido Revolucionario Institucional, PRI), que dominaron el siglo XX y marcaron el comienzo de la actual centuria, al poder permanente y hegemónico no lo tenía un líder en particular, sino el aparato partidario del PRI.
En la actualidad, los presidentes sólo pueden cumplir un mandato en México. Pero si la gestión presidencial de López Obrador tiene éxito y no se diluye velozmente su autoridad, como les ocurrió a tantos presidentes, podría comenzar una etapa diferente, en la que la hegemonía política no radique en un partido, como sucedió con los gobiernos del PRI y del PAN, sino en las manos de un líder personalista.
En el poder, López Obrador inauguraría una versión de populismo estatista, con liderazgo personalista hegemónico.
¿Y qué implicaría para México esa nueva modalidad de hegemonía política? Si López Obrador sigue el modelo que describió en sus anteriores campañas y en algunos de sus libros, México inauguraría una versión de populismo estatista, con liderazgo personalista hegemónico. De todos modos, no es seguro que así sea.
El antecedente como gobernante señala otra posibilidad. Como alcalde del Distrito Federal, entre 2000 y 2005, encabezó una gestión que, más allá de algunas controversias, puede calificarse como pragmática y exitosa.
La eficacia y el pragmatismo con los que gobernó la capital de México, de darse también en la función presidencial, podría hacer que un gobierno de “AMLO” (como lo llaman los mejicanos por su sigla) produzca lo que produjo Evo Morales y su partido, el MAS, en Bolivia: sacó del escenario político una clase dirigente y una partidocracia que nunca superó la inestabilidad política y el caos económico. Inauguró, así, un largo período de poder hegemónico encabezado por un presidente con discurso marcadamente izquierdista, pero con una gestión sumamente exitosa y mucho más pragmática que ideológica.
El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), la fuerza política de AMLO, es la escisión de una escisión. El big bang comenzó en la década de 1990, cuando la candidatura de Carlos Salinas de Gortari determinó una ruptura en el PRI, provocada por Cuauhtémoc Cárdenas, nada menos que el hijo del general Lázaro Cárdenas, fundador -junto a Plutarco Elías Calles- del partido hegemónico.
El bipartidismo integrado por el PRI y el PAN cedió lugar a una tercera fuerza, el Partido Revolucionario Democrático (PRD) que ocupó el lugar de la centroizquierda. Ante sus sucesivos fracasos, el PRD sufriría una nueva escisión que conduciría al surgimiento de MORENA.
“AMLO” comenzó su vida política en el PRI; se alineó con Cuauhtémoc Cárdenas cuando produjo el cisma y, luego, creó la fuerza que se situó a la izquierda del PRD.
El mensaje para el gobierno que surja de las urnas llegó a través de la peor ola de asesinatos políticos en la antesala de una elección.
Tanto desconcertó al establishment político mejicano la irrupción del liderazgo personalista de “AMLO” y la consolidación de MORENA en la izquierda del arco político, que se produjo una coalición insólita: el centroizquierdista PRD se alió con el centroderechista PAN para impedir el triunfo que resultó inexorable.
Más que un dramático giro ideológico (que no es posible descartar), lo que seguramente implica una victoria de López Obrador es una nueva etapa, la cuarta, en la historia política que comienza en México con el triunfo de la revolución agrarista contra Porfirio Díaz.
La primera etapa fueron las décadas de caos, ingobernabilidad y magnicidios. La segunda, fue el largo régimen hegemónico del PRI. La tercera, comienza con la llegada al gobierno de PAN y abarca las presidencias de Vicente Fox y Felipe Calderón.
El regreso del PRI con el gobierno de Peña Nieto fue sólo un impase hacia la cuarta etapa, con la hegemonía de un nuevo líder y una nueva fuerza política. Este capítulo es el resultado de la corrupción que carcome al Estado y a la sociedad mejicana, y también del fracaso de los gobiernos en la lucha contra el narcotráfico.
Desde que Calderón le declaró la guerra a los carteles de la droga, han corrido ríos de sangre y han caído grandes capos, como el “Chapo” Guzmán, pero el narcotráfico sigue creciendo y marcándole el terreno a la política y al Estado con su violencia desenfrenada.