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Por Claudio Fantini. La reacción de los mercados fue contundente: aprobaron con euforia la designación de Miguel Ángel Pichetto como compañero de fórmula de Mauricio Macri para la elección presidencial. Las primarias se efectuarán el 11 de agosto y la primera vuelta el 27 de octubre. Quedó en claro que la política de priorizar “la pureza” que Marcos Peña y Jaime Durán Barba impusieron con el aval del Presidente, no era la adecuada.
La designación de Pichetto y el efecto positivo que tuvo en los indicadores económicos corroboran que la prioridad debía ser garantizar la gobernabilidad mediante la apertura y la capacidad de diálogo para generar consensos.
La señal de disposición a la búsqueda de consensos es lo que esperaban los mercados. Veían la inviabilidad del aislamiento. En “la pureza política” defendida por Peña y Durán Barba, los inversores sólo percibían un camino al aislamiento y la debilidad.
Mientras el Presidente movió el amperímetro por primera vez en mucho tiempo, Sergio Massa se mostró perdido en su propio laberinto. Un laberinto al que lo llevó su naturaleza especuladora y en que terminó extraviándose al descubrir que ningún kirchnerista estaba dispuesto a recibirlo con los brazos abiertos.
La demora en anunciar el acuerdo con Alberto Fernández sólo puede explicarse en la reticencia de Cristina Fernández a pagarle un buen precio por abandonar lo que tanto predicó en los últimos años y a los votantes que acumuló prometiendo la “ancha avenida del medio”, que no se contaminara con kirchnerismo ni con macrismo.
Sergio Massa pretendió el pase del año, pero terminó recibiendo migajas por haber iniciado el naufragio de Alternativa Federal y por traicionar a miembros valiosos de su entorno, como Graciela Camaño, quien será ahora candidata a gobernadora de Buenos Aires por la fórmula Roberto Lavagna – Juan Manuel Urtubey.
El eclipse de Massa contrastó con la nominación de Pichetto, quien puede aportar algo de lo que Macri y su entorno carecen: discurso, explicación, argumentos (contenido).
En el radicalismo, sólo a Mario Negri, Federico Storani y Luis Brandoni, entre otros pocos, se les escucha asiduamente hacer reflexiones políticas profundas sobre lo que diferencia al pensamiento democrático de las diversas culturas autoritarias.
El mejor argumento para votar a Macri no lo dio Durán Barba a pesar de ser el principal asesor, ni Marcos Peña a pesar de ser el jefe de Gabinete. Tampoco lo dio ninguno de los que integran la mesa chica del poder. Al argumento más medular y profundo lo dio un senador peronista.
La cúpula macrista lleva tiempo balbuceando una justificación lamentable para el voto que reclama: frente a Cristina Fernández, Macri es “el mal menor”. El propio asesor ecuatoriano dijo en una entrevista reciente que el gobierno es malo, pero Cristina es peor.
En cambio, Pichetto, cuando le preguntaron a quién votaría llegado el caso de tener que optar entre Cambiemos y el kirchnerismo, explicó con otras palabras que, en esa disyuntiva, el jamás votaría a la opción que exprese una cultura autoritaria. Por lo tanto, aún reconociendo todos los defectos que pueda tener, Pichetto apoya la opción que está parada en la vereda de la cultura democrática.
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Eso es lo que debieran explicar desde hace tiempo el presidente y sus principales colaboradores políticos. Pero no lo hacen. Reclaman el voto en calidad de “menos peores”, y se empantanan en argumentaciones sobre la apertura económica y la necesidad de derrotar al déficit y la inflación, siendo que es precisamente en ese terreno donde más dificultosa se hace la justificación del voto al oficialismo.
Fue un dirigente peronista que apoyó a los presidentes Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, quien apuntó a la disyuntiva medular: cultura democrática versus cultura autoritaria.
Con vicios y opacidades, con superficialidad y con grandes carencias en la cultura política, Cambiemos es la fuerza que está parada en la vereda de valores como el pluralismo y la sociedad abierta. En la otra vereda, la aceptación del liderazgo mesiánico y personalista exuda una cultura política de matriz autoritaria, constructora de mayorías que excluyen y avasallan a las minorías, a las que anatemiza como “enemigas del pueblo”.
Tendrían que haberlo explicado el Presidente, el jefe de Gabinete o el gurú político que los asesora. Pero lo explicó Pichetto. Y cuando lo hizo, muchos partidarios de la democracia liberal entendieron que ése senador peronista es, quizá, el mejor candidato a la vicepresidencia en la fórmula que encabeza Macri.