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Por Claudio Fantini. El plebiscito sobre el acuerdo de paz terminó siendo una batalla personal entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe. Habían sido un dúo invencible. Con Uribe como presidente y Santos como ministro de Defensa, el ejército puso en retroceso a las FARC. Le propinó golpes demoledores, como la “Operación Jaque”, que liberó a Ingrid Betancourt y a otros 14 secuestrados.
También capturó y extraditó a narcoguerrilleros como Simón Trinidad; mató a la comandante Karina, jefa del frente que había asesinado al padre de Uribe, y a los principales líderes de las FARC: Raúl Reyes, Iván Ríos, Luis Briceño y Alfonso Cano.
Santos y Uribe, que habían tenido éxitos combatiendo a la guerrilla, se convirtieron luego en sus respectivos peores enemigos.
Uribe logró que Santos hiciera un tremendo papelón ante Colombia y el mundo. Líderes y representantes de muchos rincones del planeta estuvieron en Cartagena de Indias siendo parte de un monumental acto por la paz que, seis días después, las urnas convirtieron en acto fallido.
¿Por qué se equivocó Santos? Porque se dejó llevar por la ansiedad de extinguir la presencia política de Uribe y de conquistar el capítulo más rutilante de la historia colombiana. Entonces, empezó a buscar más un Nobel de la Paz, que una pacificación lógica. Y las FARC vieron el flanco que les abría esa ansiedad y le sacaron en la negociación más concesiones que las justificables.
Santos cayó en la falacia de presentar a las FARC como si fuera la misma guerrilla que nació en la llamada República de Marquetalia, legitimada por el campesinado y digna en su forma de hacer la insurgencia. Esa guerrilla había dejado de existir tras la muerte de su fundador, Jacobo Arenas, en 1990. Desde entonces, comenzó a envejecer y a envilecerse. Se asoció con el siniestro Cartel de Sinaloa, reclutó niños, industrializó el secuestro extorsivo y cometió masacres.
Con ese aparato delictivo negoció Santos, al que presentó como si tuviera la legitimidad insurgente que tuvo el FMLN cuando negoció la paz en El Salvador, cuando la guerrilla salvadoreña nunca se criminalizó como las FARC.
Como si pudiera mostrar desde la Tierra, el lado oscuro de la Luna, Uribe logró mostrar a los colombianos el lado oscuro del acuerdo: ése que no estaba a la vista.
El gobierno tenía todos los telescopios y mostraba sólo el lado que quería mostrar. Por eso, cuando Santos ya había cantado victoria, Álvaro Uribe, el ex aliado y mentor que terminó siendo su peor enemigo, le propinó el sopapo que lo dejó políticamente knock out.