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Por Claudio Fantini.
Es posible que Dilma Rousseff se haya dedicado a echar funcionarios sospechados de corrupción para que el “juicio histórico” que está en marcha, debilite sólo la imagen de Lula y fortalezca la de ella.
De hecho, así ocurrirá si el jurado encuentra culpable a los acusados en el caso de corrupción que sacudió al primer gobierno del PT. Y si la actual presidenta concluye este mandato con los niveles de aprobación que tiene hoy, el resultado del proceso por el escándalo bautizado mensalao, será que Lula no podrá volver a postularse, teniendo que resignarse a apoyar la reelección de quien lo sucedió en el cargo.
De tal modo, Dilma habrá sido favorecida dos veces por el mensalao (en alusión a la “mensualidad” que recibían los acusados por apoyar los proyectos oficiales), ya que el estallido del escándalo, en 2005, provocó las renuncias que le abrieron el camino a la jefatura de Gabinete (Casa Civil), cargo desde el cual descolló como funcionaria y deslumbró al carismático mandatario.
El mensalao fue la versión brasileña de los sobornos en el Senado argentino. Como en el escándalo cayó nada menos que la mano derecha de Lula, el entonces todopoderoso José Dirceu, la mancha terminó opacando la imagen del ex presidente, aunque no haya sido procesado.
Dilma, en cambio, se fortalece porque, en contraste con todos los que la precedieron en el Planalto, es la primera en demostrar tolerancia cero con la corrupción.
El contraste también opaca imágenes políticas más allá de las fronteras de Brasil. La presidenta argentina, por caso, en lugar de indignarse con sus funcionarios sospechados de corrupción, se indigna con los jueces y fiscales que intentan investigarlos, creando blindajes judiciales para proteger a quienes debieran ser investigados.
Desde que recuperó la democracia, Brasil ha dado significativos pasos contra la corrupción que caracteriza a su clase dirigente, a pesar de la proverbial permisividad de la sociedad brasileña. El primer paso fue nada menos que el juicio político que destituyó al presidente Collor de Mello, por el manejo corrupto de los fondos de campaña que hizo su tesorero, Paulo César Farías. El segundo paso fue la caída de Dirceu, Dalubio Soares y Roberto Jefferson, entre otros jerarcas del PT y políticos aliados a Lula, al estallar el escándalo que ahora está siendo juzgado. Y el tercer paso contra la corrupción endémica, es la actitud de una presidenta que separa del cargo a sus funcionarios sospechados, en lugar de protegerlos con blindajes judiciales. Leer +