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Por Claudio Fantini. Que Marcelo Tinelli esté siendo disputado por Cambiemos y el peronismo como candidato en las elecciones de 2019, es una de las señales más patéticas del fracaso de la dirigencia argentina. No es porque se trate de un conductor de programas de entretenimientos al que se le desconoce posición política y vocación social. Tampoco porque, carentes de credibilidad, los políticos necesiten de “famosos” para seguir en carrera. Hay algo más profundo.
Desde hace décadas las sociedades del mundo -y no sólo la Argentina- buscan dirigentes fuera del sistema dirigencial, porque no confían en los que hay, y saben que estos dirigentes no pueden vencer las incertidumbres y los problemas de este tiempo.
Esta etapa de la globalización se caracteriza, entre otras cosas, por la irrupción del “antisistema”, porque el sistema ha dejado de brindar soluciones al presente y certezas sobre el futuro. Por eso irrumpieron personajes impresentables como Donald Trump y se produjeron fenómenos disfuncionales como el Brexit.
En la Argentina, Carlos Menem percibió esa realidad y comenzó a cooptar famosos para nutrirse de los votos que ellos le pudieran sumar. Así llegaron a la política Daniel Scioli, Palito Ortega y Carlos Reutemann, entre otros.
Néstor Kirchner y su esposa lograron que Tinelli tuviera participación en una de sus campañas electores. Después, ante los zigzageos del conductor en su constante búsqueda de la dirección del viento, el kirchnerismo cooptó y fanatizó artistas, que son los que hoy más gente aportan a los actos políticos, en los que la dirigencia K tiene que mirar el escenario desde la platea.
Aunque la cuestión es global y remota, el caso Tinelli sería una señal patética del fracaso de la clase política argentina.
Porque siendo un comediante inmensamente talentoso y el más eficaz de los conductores de la televisión pasatista, explotó siempre los costados mórbidos de la condición humana.
Tinelli convirtió el bullying en uno de sus principales instrumentos de rating. Sus otros instrumentos para amasar audiencia fueron el machismo que usa el cuerpo de la mujer de manera degradante y la risa provocada por el percance o la humillación de otras personas, horrible júbilo para el cual la psicología alemana creó una palabra específica en su idioma: schadenfreude.
A pesar de contar con un innegable talento, que aquellos hayan sido los cimientos de la fama que edificó Tinelli y que hoy parece cotizar en la política, muestra el nivel de la decadencia de la dirigencia local.
Aunque también, y quizá fundamentalmente, muestra la decadencia de la sociedad argentina. En definitiva, fue ella la que posibilitó que Tinelli amasara su rating usando el bullying, la misoginia degradante y el schadenfreude.
Si las encuestas confirman que la clase política acierta al buscar indignamente al conductor como candidato, no sólo probará la mala calidad de esa dirigencia, sino también de la sociedad.
Como escribió la española Rosa Montero, la dirigencia política no es un injerto externo que se le impone a una sociedad, sino un exudado de esa sociedad.