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Por Claudio Fantini. El mundo hasta hoy azorado por el espionaje norteamericano en gran escala que develó el “caso Snowden”, descubre ahora con perplejidad que Brasil y las potencias europeas también espían a otros países aliados o allegados. Implica cierto alivio para el presidente norteamericano.
Se suponía que la globalización pondría en vías de extinción al espionaje, pero hasta ahora ha sido todo lo contrario. Y el terrorismo no alcanza para explicar la actividad frenética de los servicios de inteligencia. Más bien le sirve de coartada y justificación a gobiernos que, en realidad, lo que muchas buscan es información que sirva al posicionamiento económico del país y sus empresas.
Dilma Rousseff quedó mal parada por las revelaciones sobre el accionar de la ABIN (Agencia Brasileña de Inteligencia) durante el gobierno de Lula da Silva. La revelación del diario Folha de Sao Paulo sobre el espionaje realizado a las embajadas de Irán, Rusia, Irak, Estados Unidos y Francia, muestra su fuerte reacción contra el espionaje norteamericano como una sobreactuación hipócrita.
La presidenta de Brasil tendrá que dar, sobre todo, explicaciones a Francia. Su gobierno ha dicho que, durante la gestión de Lula, se espió la diplomacia francesa y se infiltró a la inteligencia de ese país para dilucidar si Paris tuvo que ver con la explosión en la base Alcántara.
En agosto de 2003, murió la ambición brasileña de convertirse en potencia espacial cuando estalló un cohete que debía poner en órbita un satélite. Murieron 21 técnicos aeroespaciales en aquella tragedia ocurrida en la base situada en el Estado de Maranhao y es lógico que el gobierno investigara a fondo el caso. Lo que también es lógico es que Francia pregunte por qué Brasil sospechó que podía ser un sabotaje urdido en París.
En síntesis, ya no es sólo Estados Unidos el que debe explicaciones a países amigos. No obstante, es un error equiparar los otros casos al del ciberespionaje practicado por Washington a través de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Se trata de espionaje masivo, practicado contra los ciudadanos norteamericanos y de otros países. Un equivalente al que practicaban servicios de inteligencia de estados totalitarios, como el KGB y la Stasi, a través de centenares de agentes cuya labor era abrir con vapor los sobres de las cartas que los ciudadanos enviaban o recibían a través del correo, para leer el contenido y luego cerrarlas para encubrir la violación masiva de correspondencia.
El espionaje descubierto en Brasil no es equivalente a la violación de la intimidad y de los derechos individuales inalienables del habitante de un Estado de Derecho, perpetrada por la NSA.
La otra diferencia es que Estados Unidos espió a presidentes, a legisladores y a ministros de gobiernos amigos. En esa dimensión desopilante no había ingresado el espionaje de Lula ni, aparentemente, en de los demás países enviciados con esta práctica de Guerra Fría.■
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