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Por Claudio Fantini. Es de por sí un récord de Donald Trump tener al mismo tiempo dos potenciales juicios políticos pisándole los talones. El más vigoroso y posible de materializarse, es el relacionado a la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2017 para perjudicar a Hillary Clinton. El otro potencial impeachment tiene que ver con su incontinencia tuitera y demás actitudes desubicadas con las que evidencia una pavorosa ausencia de las actitudes necesarias para ejercer el cargo de presidente de Estados Unidos.
En suma, la posibilidad cierta es de una destitución por “incapacidad mental” para gobernar, como el que se aplicó en Ecuador contra el destituido presidente Abdalá Bucaram.
Como si esos dos fantasmas de impeachment que merodean la Casa Blanca fuera poco, se está sumando otra acusación con potencial aniquilador para la ya de por si deslucida imagen de Trump: acoso sexual a por lo menos un par de decenas de mujeres.
El derrumbe del poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, desató un tsunami de denuncias contra políticos, jueces y estrellas del cine y la televisión. Esa marejada arrastró por el fango a actores de gran talento como Kevin Spacey, y ha comenzado a horadar imágenes que parecían intachables, como la de Dustin Hoffman.
¿Por qué se detendría en un hombre que, en las últimas tres décadas, ha tenido más de veinte denuncias de agresiones sexuales? Tres mujeres, en nombre de un grupo de 16 que se conectaron entre sí, presentaron en conferencia de prensa sus experiencias de haber sido agredidas sexualmente por el multimillonario que hoy ocupa la Presidencia.
Contra Trump pesan sus propias confesiones, en las que pide perdón a las agredidas, y las grabaciones, en las que alardea de su poder para manosear mujeres impunemente.
Y lo más grave de las últimas horas es que una funcionaria de su propio gobierno, la embajadora ante la ONU, Nikki Haley, afirmó que las mujeres que dicen haber sido agredidas sexualmente por Trump “deben ser escuchadas”.
Si la Justicia norteamericana es coherente, tiene que convertir estas denuncias en un proceso contra el presidente norteamericano.
Bill Clinton arrastró hasta la presidencia el proceso judicial que le inició una empleada pública de Arkansas, que lo denunció por un presunto acto inaceptable de índole sexual cuando él era el gobernador de ese Estado norteamericano. El fiscal Kenneth Starr lo indagaba sobre el “caso Paula Jones”, cuando lo hizo pisar el palito del perjurio preguntándole, fuera de contexto, sobre su relación con la pasante Mónica Lewinsky.
¿Golpearán a Trump tantas denuncias de agresiones sexuales, como golpearon a poderosos como Weinstein, Spacey y tantos otros cuyas imágenes públicas resultaron derribadas?