Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Para un porcentaje muy grande de argentinos resulta incomprensible que otro porcentaje importante no vea lo que se percibe a simple vista: la inmensa maquinaria de corrupción que funcionó durante el gobierno de Néstor Kirchner y en los dos mandatos de Cristina Fernández. Algo parecido sucede con la criticable gestión de Mauricio Macri. Y en Estados Unidos con Donald Trump.
Esos argentinos que no ven las señales tan visibles de la corrupción K, se sorprenden de que otro porcentaje importante (aunque menor) de argentinos no perciban los fracasos y opacidades del gobierno de Mauricio Macri.
El fenómeno no se da sólo en Argentina. En este tiempo, marcado por el triunfo de las adhesiones emocionales por sobre la razón, el mundo está plagado de casos en los que multitudes eligen creer en las teorías conspirativas que consumen.
Uno de los ejemplos más estridentes está ocurriendo en Estados Unidos.
Donald Trump empujó al Partido Republicano hacia sus propias metas, muy lejos de los principios partidarios y de la trayectoria democrática de esa agrupación.
Así lo perciben muchos norteamericanos que no pueden entender lo que confirma una encuesta: la mayoría de los conservadores creen que se cometió un fraude masivo para entregar el gobierno a los demócratas, que convertirán a Estados Unidos en “otra Venezuela”.
Rudolph Giuliani vociferando esa teoría delirante, mientras el sudor surcaba sus mejillas, constituye una metáfora de lo que está haciendo el magnate neoyorquino: un espectáculo decadente y patético.
Ante la mirada estupefacta de la mayoría en Estados Unidos y en buena parte del mundo, un grupúsculo atrincherado en la Casa Blanca lucubra jugadas truculentas, pero sólo consigue multiplicar su fracaso en las urnas.
Trump perdió en el voto de los ciudadanos, pierde en el colegio electoral y suma derrotas en los tribunales estaduales.
El actual habitante de la Casa Blanca no se da por vencido y explora otra jugada al intentar que -en los estados en que fue vencido- se declare nula la elección, para que se envíen electores designados por las legislaturas locales, que cuentan con mayoría republicana.
Giuliani le encontró la vuelta a esa fórmula, que se usó en elecciones complicadísimas como las de 1876, en la que Samuel Tilden perdió la presidencia a manos de Rutherford Hayes, a pesar de haberlo vencido en el voto de los ciudadanos y en el colegio electoral.
Paralelamente, las usinas del presidente en funciones irradian una teoría conspirativa descabellada, según la cual el régimen chavista se inmiscuyó en el sistema electoral a través de la empresa Smartmatic y ejecutó un fraude, para que “el comunismo” se apodere de Estados Unidos.
Las teorías conspirativas, incluso las más ridículas, están reemplazando a la razón por la creencia y la emoción.
El atrincheramiento de Trump y su negativa a reconocer el resultado esgrimiendo argumentos inverosímiles, no es lo único inquietante en esta comedia.
Más inquietante aún es la cantidad de gente dispuesta a creer la lucubración de un grupo que por momentos parece una secta lunática dispuesta a cualquier cosa. Un fenómeno que se percibe a nivel global.
La mentira como sistema y otros métodos de culto personalista logran adhesiones emocionales fervorosas en porcentajes significativos de la población.
Las redes sociales facilitan la tarea creando aldeas virtuales, en las que todos los aldeanos comparten la misma visión de las cosas y consumen las mismas versiones e interpretaciones de los acontecimientos.
Las teorías conspirativas, incluso las más ridículas, están reemplazando a la razón por la creencia y la emoción.