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Por Claudio Fantini. Aunque breve, el primer discurso de Donald Trump como presidente electo de Estados Unidos fue absolutamente contrapuesto a todo lo que dijo desde que saltó al escenario político. Tanto como candidato en las primarias del Partido Republicano, como durante la campaña para acceder, su discurso había sido el típico alegato de los demagogos, en este tiempo rotulados como “populistas”.
El discurso demagógico es antisistema y, ya sea que se trate de derecha o de izquierda, identifica claramente un “enemigo” al que señala con el dedo acusador como culpable de los principales males que afectan a un sector de la sociedad norteamericana que está padeciendo incertidumbre y miedo.
En ese marco, declara la guerra a ese “enemigo”, acusando a todo aquel que lo contradiga de ser “cómplice” del causante de los males de dicha sociedad.
Trump culpó de los males de EE.UU. al sistema y a la clase política, así como también al establishment económico-financiero y a los medios de comunicación.
El mal que afecta a la clase media que lleva años debilitándose en los Estados Unidos y de la cual provino el grueso de los votos que coronaron a Trump, es la concentración de riqueza que se está dando en todo el mundo y que nadie sabe cómo resolver.
Alineado con Vladimir Putin y con elogios a Hugo Chávez, dejó en claro que su modelo político es aquél en el que el líder está por sobre el sistema institucional. Y, como normalmente hacen los demagogos, proponen cosas imposibles. Por caso, levantar muros para impedir el ingreso de la gente y de los productos que destruirían la industria y el trabajo norteamericano. Además de dar marcha atrás en la política de tratados de libre comercio. Política de Estado que han defendido y expandido tanto los gobiernos republicanos como los demócratas.
Dos escenarios
1. Si su primer discurso como presidente electo, en el que por primera vez habló como un aspirante a estadista, es una señal verdadera de cómo será su gobierno, entonces el Trump presidente se dejará absorber por el sistema que prometió demoler, y dejará que el Partido Republicano lo regule, incluso en sus dichos y gesticulaciones.
2. Si, por el contrario, el Trump presidente es una continuidad lineal del Trump candidato, entonces el Partido Republicano lo presionará desde el Congreso y hasta tendrá un plan de juicio político para, si lo considera necesario, destituirlo. De ese modo, la presidencia quedaría en manos de Mike Pence, el vicepresidente, quien es un cuadro típico del aparato político-partidario.
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