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Por Claudio Fantini. Hablar de “Día D” es hablar del comienzo de una gran operación destinada a dar vuelta una página de la historia. La expresión tiene su origen en el nombre que se le dio a la Operación Overlord, el 6 de junio de 1944, día del colosal desembarco aliado en Normandía. ¿Qué significa para Venezuela?
Aquel acontecimiento planificado por el general Dwight Eisenhower marcó el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, a partir del cual comenzó a gestarse la derrota de Hitler.
Pues bien, ahora se acerca el “Día D” en la crisis venezolana. El próximo sábado, la ayuda humanitaria intentará cruzar la frontera desde Colombia y, si los militares que responden a Nicolás Maduro o los paramilitares armados por el régimen procuran impedirlo por las armas, el convoy que lleva alimentos y medicamentos podría convertirse en el caballo de Troya, que abriría las puertas de Venezuela al ingreso de tropas colombianas y a bombardeos de aviones norteamericanos.
Para bien o para mal, este fin de semana la crisis venezolana iniciará un nuevo capítulo, con el intento de ingreso -desde Colombia- de la ayuda humanitaria.
Del resultado de las primeras batallas dependerá la posible apertura de un segundo frente, en la frontera con Brasil. En cuestión de días, el conflicto podría escalar hasta convertir al país caribeño en un agujero negro geopolítico. Y los agujeros negros geopolíticos, igual que los interestelares, devoran todo lo que está a su alcance.
¿Cómo se podría evitar el riesgo de una guerra que dañaría a toda la región? Una posibilidad remota es que Maduro y el régimen que encabeza, en un rapto inédito de responsabilidad, acepten dejar el poder a cambio de impunidad y salvoconductos para salir del país.
La otra posibilidad es menos remota: que en las negociaciones que están llevando a cabo Estados Unidos y China para conjurar el riesgo de una guerra comercial, Washington ofrezca a Beijing concesiones a cambio de que le suelte la mano al régimen.
China es la ficha de mayor valor en el tablero en el que se juega la suerte de Maduro, Diosdado Cabello y la casta militar que impera en Venezuela. La pavorosa ineptitud del régimen lo hizo dependiente de la financiación china. Y como no puede devolver los miles de millones que consume con voraz adicción, el gigante asiático se cobra adueñándose de instrumentos claves para controlar la producción petrolera.
Xi Jinping no se engaña sobre la calaña del régimen al que hace tiempo financia. Lo que no haría es entregarlo sin obtener a cambio la compensación por todo lo que ha invertido en Venezuela, para controlar lo que el vertiginoso crecimiento chino requiere con voracidad: petróleo en dimensiones oceánicas.
Eso es, precisamente, lo que Estados Unidos quiere evitar. Ansioso por cerrarle a China todas las fuentes que alimentan su crecimiento, Donald Trump se lanzó a derribar al calamitoso régimen que está entregándole el país caribeño al gigante asiático. Esa es la prioridad del jefe de la Casa Blanca.
Venezuela es un campo de batalla en la guerra comercial que Estados Unidos sostiene con China, que incluye el liderazgo económico mundial.
Un posible acuerdo entre Washington y Beijing en las negociaciones que desarrollan, sería la peor noticia para Maduro.
La izquierda latinoamericana no se equivoca del todo al sostener que Estados Unidos va por el petróleo. Las potencias se movilizan en torno a intereses geopolíticos y económicos. Pero la cuestión no es que Washington quiera quedarse con el petróleo venezolano, lo que quiere es impedir que China se siga apropiando de ese recurso.
La izquierda confunde una cosa con la otra y comete la hipocresía de callar sobre la expoliación de petróleo y minerales que están haciendo Cuba, China, Rusia, Irán y Turquía. Esos países llevan años llevándose riquezas naturales de los venezolanos.
Estados Unidos quiere impedirlo, no porque le parezca injusto semejante saqueo, sino para desmantelar el negocio de países a los que considera enemigos. Y porque es un punto de altísimo valor estratégico en el avance de los chinos hacia el liderazgo mundial.
Si la Casa Blanca priorizara acabar con la dictadura evitando un conflicto armado de imprevisibles consecuencias para toda la región, tiene el instrumento para lograrlo: negociar directamente con Beijing para que corte su apoyo al régimen chavista, a cambio de importantes concesiones comerciales.
Pero ésa no es la prioridad de Washington. La prioridad es que China se vaya de Venezuela con las manos vacías.