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Por Claudio Fantini. El régimen que encabezan Nicolás Maduro y Diosdado Cabello en Venezuela completó su desconexión con la realidad. En las calles, en las encuestas y en las fronteras, donde día a día se agolpan miles de ciudadanos para salir del país huyendo del hambre, la escasez y la violencia, está la realidad. En el Palacio de Miraflores, en los cuarteles, en los despachos ministeriales y en los locales del PSUV, hay un poder ensimismado que decidió desconectarse de lo que ocurre en su propio país.
Un poder que tiene suficientes armas y dinero en negro para mantener a la realidad a raya. Y para comprar lealtades que, a esa altura resultan obscenas complicidades, en gobiernos y organizaciones políticas de casi toda la región.
Esa complicidad rentada ve lo que el poder ensimismado y blindado por la represión describe. Y lo que describe no se parece a la realidad visible.
Lo evidente es que la jugada de Maduro para cerrar la Asamblea Nacional, expulsar a la Fiscal General y reemplazar al sistema pluralista por un régimen de partido único, es una violación a la Constitución que impulsó Hugo Chávez en 1999.
El artículo 347 festablece lo que establecen todos los estados de Derecho: que para realizar una Asamblea Constituyente primero debe realizarse un referéndum, en el que el pueblo diga si acepta o no modificar la Carta Magna y, en el caso de que la iniciativa sea aceptada, realizar una elección de asambleístas constituyentes en la que se pueda elegir entre candidatos de todas las fuerzas políticas.
También es evidente que Maduro, personalmente, intimidó de todos los modos posibles a la gente para que vote. Fueron actitudes públicas: discursos donde explicaba a los funcionarios y dirigentes las maneras de asegurarse que quienes estén bajo su peso concurran a sufragar.
O simplemente observar la escena que protagonizó tras emitir su voto, cuando mostró el llamado carnet de la patria y explicó que permitía registrar para siempre si sus portadores habían votado o no. Esos actos intimidatorios fueron públicos. Quien quiera verlos puede hacerlo.
Además, es público que el acto electoral no tuvo observadores internacionales, que los medios del exterior y los medios locales que no son oficialistas tenían prohibido acercarse a menos de 500 metros de los centros de votación, que no hubo encuestas boca de urna ni modo alguno de constatar el porcentaje de votantes que acudió a los sitios de votación.
Todo eso no es interpretación subjetiva. Igual que las protestas y las muertes por la represión, forman parte de la realidad visible. Una realidad de la que el régimen decidió desconectarse totalmente.