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Por Claudio Fantini. Los gobiernos del mundo están ante una disyuntiva trágica: ¿dar prioridad a salvar vidas o priorizar el pleno funcionamiento de la economía? A la opción que prioriza salvar vidas, la expresó mejor que muchos el presidente paraguayo Mario Abdo Benítez, cuando dijo: “La economía siempre se puede recuperar, pero las vidas no”. Una reflexión simple, clara y profunda.
A la opción por preservar plenamente el funcionamiento de la economía, la expresó de manera contundente Donald Trump, al señalar -en referencia a las rigurosas cuarentenas que reducen la circulación del virus- que “el remedio es peor que la enfermedad”.
Los gobiernos se reparten entre una opción y la otra, no por niveles morales (los sensibles por un lado y los insensibles por el otro) ni por posiciones ideológicas.
La mayoría adoptó tal o cual posición por razones sensatas. Pero en las veredas extremas hay quienes actúan desde ideologismos e intereses sectoriales.
La lente ideologizada de izquierda está describiendo el mundo poscoronavirus como un mundo comunista, sin capitalismo.
Y la lente ideologizada del ultralibremercadismo teme una reformulación de la economía actual. No teme que venga un comunismo, porque eso parece absurdo. Si China aún tuviese el colectivismo de planificación centralizada de Mao Tse-tung, en lugar del capitalismo que tiene, habría sido exterminada por la pandemia.
Las hambrunas del comunismo maoísta, del soviético, del norcoreano y del camboyano, entre otros, diezmaron mucho más a sus poblaciones que este virus.
Trump y Bolsonaro, por ejemplo, son negacionistas con el calentamiento global y luego lo fueron con el coronavirus.
Para ellos, el “remedio” que consideran peor que la enfermedad es el espíritu keynesiano que está aflorando en el escenario de la pandemia.
La opción vidas o economía es una falsa disyuntiva. Las economías tienen que seguir funcionando. La gente en cuarentena debe seguir alimentándose y recibiendo los servicios públicos.
Pero para seguir funcionando debe reformularse en muchos aspectos.
Cuando el mundo despierte de esta pesadilla, debe haber otra economía.
No debe ser comunista. Pero tampoco el mismo capitalismo que no invirtió sus riquezas para proteger a la humanidad.
De no haberse transformado, incorporando el Estado de Bienestar, no habría sobrevivido ni habría vencido al comunismo.
La economía sin mercado, no funciona. Y el mercado, sin Estado, no alcanza para proteger a todos.
Eso es lo que no quieren los apóstoles del nuevo comunismo y tampoco quieren los defensores de los status quo energético y económico vigentes.
La salida no está en los intereses sectoriales ni en los ideologismos, sino en un nuevo pragmatismo humanista.