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Por Juan Turello. El festejo íntimo de millones de trabajadores no logró ocultar el viernes último las muecas de preocupación que expusieron sus rostros por la incertidumbre sobre lo que vendrá. Más allá de las frases esperanzadoras, hay que decirlo: en una primera etapa, el trabajo va a cambiar y habrá menos empleo.
El gobierno de Alberto Fernández ¿no quiso, no supo, no pudo? hablar de este tema en una semana cargada por los errores y las disputas políticas que aparecieron en su gestión, cobijada en un consenso inédito, señala mi nota en La Voz. Repasemos.
Puntos en contra de la última semana del presidente: el coronavirus prendió en los sitios más explosivos: las villas de emergencia; aumentó la tensión con los gobernadores por las medidas sanitarias; reapareció Cristina Kirchner para demostrar cuánto poder tiene y cuánto poder quiere y, la frutilla del postre, el descomunal manejo político en la liberación de delincuentes y violadores.
La Organización Internacional de Trabajo (OIT) advirtió que la pandemia provocará la pérdida de la casi mitad de los puestos formales en el mundo: 1.500 millones de trabajadores quedarán desocupados. Sólo en Estados Unidos, 30 millones quedaron desocupados en seis semanas.
En Argentina, economistas prevén la pérdida de 500 mil empleos, además del impacto en la informalidad, difícil de dimensionar. La desocupación alcanzaría al 25% de la población activa.
El trabajo será distinto por efecto del coronavirus, y porque la tecnología y la informática cambiarán las aptitudes que se exigirán a los obreros del mundo.
Y los que trabajan, deberán resignar ingresos. Con los sueldos de abril y de mayo, más de 1,2 millones ocupados cuyas empresas están inactivas tendrán un descuento de al menos del 25% sobre el haber bruto. Esta quita implica que recibirán alrededor del 61% del salario neto de marzo, por el recorte y los descuentos jubilatorios y de la obra social.
La caída de la economía tendrá un piso de 6%, luego de haber retrocedido 2,6% en 2018 y 2,2, en 2019. Vamos descendiendo al tercer subsuelo.
Un sector del Gobierno coquetea con el default de la deuda que el próximo martes a la medianoche atravesará un plazo crucial: los acreedores locales deben elegir por cuál bono canjearán la deuda. El plazo para los tenedores externos vence el jueves.
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El mundo financiero considera que la Argentina decidió ir a un default. La caída del índice riesgo país del JP Morgan obedece a un cambio técnico en la composición del indicador, y no porque se registren progresos en las negociaciones.
Sin crédito externo, el camino de salida será más difícil para financiar importaciones y para exportar. El Tesoro nacional sólo puede atender las necesidades fiscales o los subsidios a los sectores paralizados con emisión o mediante una arriesgada colocación de bonos en los bancos. No hay ahorro interno ni préstamos externos.
El “vivir con lo nuestro” ya no es posible en un mundo interrelacionado en sus negocios y en los trabajos. Menos aún si nos peleamos con el Mercosur, que concentra el 25% de las ventas argentinas. El país lo necesitará cuando se retome la actividad. No es momento para romper el acuerdo regional.
El trabajo será distinto no sólo por el efecto del coronavirus, sino también porque la tecnología y la informática cambiarán las aptitudes que se reclamarán a los obreros del mundo.
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