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Por Juan Turello. Argentina asistió asombrada al despliegue de los líderes más poderosos del mundo en la Ciudad de Buenos Aires, convocados por el G20. El país mostró una organización impecable de la cumbre, sin graves incidentes y un documento final, aunque tibio sobre el proteccionismo y las cuestiones ambientales, es un logro que haya sido firmado por todos los asistentes.
El presidente Mauricio Macri mantuvo 17 reuniones bilaterales y logró resultados importantes en los encuentros con Donald Trump (apoyo de Estados Unidos para salir de la crisis económica y promesa de inversiones por más de 800 millones de dólares), al igual que con Rusia y China, país con el que firmó 30 acuerdos comerciales.
Los integrantes del G20 generan 8 de cada 10 dólares de la economía global; concentran dos tercios de la población mundial y movilizan el 75% del comercio internacional.
En este tipo de convocatoria, hoy, importa más la geopolítica que la búsqueda de soluciones económicas y financieras, como fue el motivo convocante de la primera reunión del G20 en Washington el 14 y 15 de noviembre de 2008, por la caída de las hipotecas subprime y la crisis global.
A esa cumbre asistió Cristina Kirchner, hoy protagonista de una contracumbre en su propio país. En lugar de imaginar cuál es el lugar de la Argentina en la guerra comercial que libran Estados Unidos y China, la ex presidenta -al igual que Néstor Kirchner en la Cumbre de las Américas en 2005-, parece estar más concentrada en alentar contracumbres.
#CumbreG20 #G20Argentina #G20Summit2018 #XiJinping #China pic.twitter.com/HTAWtYyLoM
— iProfesional (@iProfesional) 1 de diciembre de 2018
La “guerra de los aranceles” entre Donald Trump y Xi Jinping es sólo una manifestación de la pelea de fondo. Rusia, retrasada en esa carrera, se defiende con una estrategia expansiva (Crimea, Siria), que también pone en jaque la convivencia en el seno del G20.
El nacionalismo (¿populismo?) de Trump, May y Bolsonaro se enfrenta, paradoja al fin, con el multilateralismo de Europa y de China.
Los dos mayores líderes del G20 pelean también por su influencia en América Latina. El presidente de EE.UU. descubrió en Mauricio Macri la oportunidad de volver a una región olvidada, donde se expandió la influencia china, en base a inversiones y ayuda financiera a los endeudados países.
Las enormes migraciones mundiales, en especial de Medio Oriente y de África, obedecen a la necesidad de escapar de las guerras. Otras, más silenciosas, empujadas por los cambios en el trabajo, que traen aparejados los avances en la tecnología. Los que no pueden acumular “conocimiento” se refugian en ciertos servicios.
A este contexto, se le suma la competencia de las potencias mundiales por el control de la inteligencia artificial (IA) y de la tecnología.
Para el politólogo Jorge Castro, ya no es el capital ni el trabajo el que genera el proceso de acumulación, como imaginó Carlos Marx, sino “el conocimiento” y, por ende, el desarrollo de los elementos que impactarán en los trabajos y sociedad del futuro.
La Argentina está entre las cinco economías más pobres de esta cumbre, con un ingreso per cápita de 7.000 dólares anuales. La recesión, una de las inflaciones más alta en el mundo, la pobreza de uno de cada tres habitantes, la caída del salario real y el aumento del desempleo son, entre otras, razones por las cuales no debiera tener un asiento en el G20.
Pero lo tiene. Entonces, lo inteligente es plantearse cómo puede usar ese sitio para encontrar un rumbo definitivo en sus idas y vueltas en el modelo económico; sellar alianzas para el comercio y la incorporación de la tecnología.
Lo contrario es sumergirnos en una pendiente, donde prevalecen la pelea permanente y la degradación social. El escándalo River-Boca enseña mucho sobre esa caída.