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Por Rosa Bertino. Hubo una vez en que las niñas se ponían de novias en el barrio, la facultad o el trabajo. Las mamás les aconsejaban buscar “un buen muchacho” porque el casamiento siempre entrañaba una posibilidad de ascenso social.
Esas niñas generalmente se casaban y formaban hogares hermosos, o fallidos. Todo esto ocurrió en la era A.T. (antes de la televisión).
Cuando sobrevino el tiempo mediático, las niñas empezaron a aprender a bailar, a moverse, a desfilar. Esos conocimientos, y un físico bien trabajado, les permitían presentarse a todos a los castings. El éxito ya no egresaba de una facultad, sino de El Bar, Gran Hermano o del podio de Bailando por un sueño.
Esas niñas dejaron de buscar novio en el pueblo. Prefirieron hacerlo en el dorado mundo del espectáculo y el deporte. Así surgieron modelos y vedettes devenidas en “botineras” o “raqueteras”. Chicas bien “tuneadas” y al acecho de un as del deporte, un ídolo musical o un conductor televisivo.
Hasta ahí, la cosa estaba más o menos bajo control, por desagradables que resulten los “antiejemplos” como Wanda Nara, los Caniggia o las patéticas novias de Calamaro o Maradona.
Pero el fenómeno de la “colocación de mujeres lindas” fue creciendo hasta adquirir tintes escabrosos. La complicidad de los programas y revistas de chimentos, y de varios portales de noticias, es ostensible. No por casualidad, en la década de 1990 comenzó el auge de los representantes de jugadores, modelos y promotoras. A ellos les consiguen excelentes contratos.
A ellas las ubican en las mejores vidrieras y eventos. A medida que se relajan las costumbres, varias se esmeran en cazar políticos o empresarios, para lo cual necesitan de la agenda y mediación de esos representantes.
Por supuesto que hay excepciones. Por supuesto que también existe el amor.
Es increíble la impunidad, o los “fueros” que los medios otorgan a estas vedettes o actrices, ligadas ahora casos resonantes de narcotráfico. En Estados Unidos serían imputadas por encubrimiento. Aquí, la televisión les seca las lágrimas mientras menean sus traseros y hacen mohínes con labios por el botox.
Por una razón u otra, con el tiempo hemos visto chicas muy vistosas y ambiciosas unirse a señores de buena posición, generalmente mayores. Entre los nombres más rutilantes, figuran los de Analía Franchín (con Sebastián Esquenazi), Victoria Vanucci (con Matías Garfunkel), Pamela David (con Daniel Villa), Flavia Palmiero (ex de Franco Macri) y Jessica Cirio (con Martín Insaurralde), por mencionar sólo los más conocidos.
No todas han tenido tanta suerte, ni existen tantos poderosos dispuestos a colgarse una “mujer trofeo” del brazo. Por otro lado, hoy la guita grande viene por el lado del lavado, las coimas y negociados, los estupefacientes. Aquí es cuando la cosa se pone siniestra.
Hace más de un año que la modelo Karina Jelinek (33) “vive” de su separación de Leonardo Fariña (27), un joven que lleva un tren de vida incompatible con un trabajo decente. La uruguaya Mónica Farro es presentada como la víctima de un malentendido, cuando su novio, Juan Suris, fue apresado directamente en el departamento de ella. A una tal Viviana Vitali le pagan para que cuente cómo su ex, Rodolfo Bomparola, acusado de tráfico de estupefacientes, tenía una abultada clientela VIP.
Ellas también quisieron enganchar un “buen muchacho”, y les salió un mafioso. Las pobrecitas no sabían cómo sus respectivos ganaban fortunas. Karina y Mónica son verdaderos “cuerpos del delito”.
No es bueno sentir simpatía por el demonio. Éste se queda con tu vida y con tu plata.■