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Por Claudio Fantini. ¿Tienen razón Jorge Lanata y otros analistas al decir que la oposición aparece como fragmentada y débil ante un kirchnerismo fuerte? El éxito periodístico, por caso el de Lanata, no da derecho al agravio y a la descalificación grosera que hizo de los opositores.
No obstante, con escasas excepciones, la dirigencia opositora exhibe una medianía exasperante. Esto explica, en buena medida, la fuerza que conserva el kirchnerismo en el tramo final de su tercer mandato y con el contexto de una declinación económica que habría desahuciado a cualquier otro gobierno.
Que Scioli, Massa y Macri hayan logrado que se hable de “sciolismo”, “massismo” y “macrismo”, pone en evidencia la mediocridad del personalismo político opositor.
Para comenzar, la oposición también padece el mal del personalismo.
El Partido Socialista es prácticamente el único que realiza convenciones partidarias y decide sus derroteros desde esas instancias en las que participan militantes y afiliados.
Los demás son «ismos» a partir de nombres propios. Que dirigentes de discurso insustancial y estrategia política basada exclusivamente en el marketing, como Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri hayan logrado que se hable de «sciolismo», «massismo» y «macrismo», pone en evidencia la mediocridad del personalismo político opositor.
Hay muchos otros “ismos” igualmente injustificados en el terreno del difuso, titubeante y resquebrajado Frente Amplio Progresista. La experiencia de las primarias de UNEN en la Capital Federal mostró un camino a seguir, pero ni los radicales ni demás allegados al Frente Amplio en el interior siguieron por ese camino tan importante.
El kirchnerismo, que tanto se precia de haber rescatado la política y el debate, ostenta un personalismo monárquico y verticalista que hace de sus bases y estructuras militantes un vasto ejército mudo, siempre listo para librar las batallas que le señalan desde el comando unipersonal.
La militancia y las organizaciones de base del kirchnerismo sólo tiene voz para defender al Gobierno y atacar a críticos y opositores con la munición que les proveen las usinas de propaganda, pero no parecen tenerla para abrir debates internos ni para preguntar al liderazgo unipersonal de Cristina Kirchner por qué, por ejemplo, no ayuda a construir la candidatura de buenos aspirantes a sucederla.
Los aspirantes kirchneristas se las arreglan solos, mientras Máximo Kirchner les advierte -en su discurso bautismal- que el derecho a la candidatura kirchnerista sólo lo tiene Cristina. Aunque parezca lo contrario, La Cámpora es un dócil batallón juvenil que adhiere al monarquismo oficialista sin debate interno.
Pero la dirigencia opositora ni siquiera puede exhibir significativos brazos juveniles, porque el caudillismo famélico también prefiere el alineamiento dócil al debate interno. Y porque, en su mezquina mediocridad, los cabecillas han obstaculizado, en lugar de potenciar y promover, el surgimiento de nuevas figuras y nuevos cuadros dirigentes.