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Por Claudio Fantini. El resultado de la elección parece coronar el esfuerzo de Angela Merkel. El dato relevante no es que -por primera vez en 16 años- los socialdemócratas hayan obtenido más votos que el partido de la saliente canciller, sino que hayan retrocedido notablemente la ultraderecha y la izquierda dura. Se ha fortalecido el centro del arco político. Y en eso había concentrado su esfuerzo Merkel, que comenzó a retirarse de la política.
Ella quiso dar un paso al costado en la elección anterior, pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca la hizo cambiar de planes.
Había anunciado que ya no se postularía, sin embargo, el antieuropeísmo del magnate neoyorquino y su aliento a líderes populistas contrarios a Bruselas, como el británico Nigel Farage, el italiano Mateo Salvini, la francesa Marine Le Pen y el húngaro Viktor Orban, hizo que Merkel volviera a postularse para que Alemania resistiera la embestida que se avecinaba contra la Unión Europea.
Y eso hizo en estos años, con el apoyo de otro europeísta: el francés Emmanuel Macron.
Sin Trump en la Casa Blanca, Merkel puede retirarse más tranquila. Ella fue la gran defensora del centro político.
Olaf Scholz se prepara para dejar de ser el vicecanciller y Merkel para entregarle el cargo. Pero en el tiempo que resta para dejar el poder -posiblemente a fines de octubre o en noviembre-, la gran protagonista es ella: la líder más admirada de este tiempo.
Todo fue novedoso en ella, empezando por la decisión de conservar el apellido de su primer marido, el físico Ülrich Merkel, a pesar de haberse divorciado.
El rasgo más relevante de la líder que está dejando el escenario político, fueron sus cambios de posición y el rol de su humildad en la conducción.
Llegó al poder con convicciones moldeadas en el cristianismo luterano del que su padre era pastor, y en el conservadurismo que abrazó tras la reunificación.
Su mentor fue quien lideró la absorción de la “Alemania del Este”, Helmut Kohl. Por eso, comenzó su gestión con reticencias hacia la diversidad sexual, con medidas para reducir la inmigración y con recetas de ajuste y austeridad frente la crisis financieras de 2008.
Por entonces, muchos hablaban de die frau aus eisenstahl, la “mujer de acero”, que parecía el reflejo alemán de la “dama de hierro” Margaret Thatcher.
Por contrapartida a la imagen de la inglesa, Merkel fue abriéndose a la lógica del feminismo y a la comprensión de la diversidad sexual.
También fue girando hacia un humanismo que la llevó, de expulsar inmigrantes, a abrir la puerta de Alemania a la ola de refugiados que provocaron las guerras en Irak y en Siria, que potenció el surgimiento de la ultraderechista Alternativa por Alemania.
Empezó oponiéndose al matrimonio igualitario y terminó allanando el camino para que el Bundestag lo apruebe.
De jamás haber dado muestras de feminismo, a apoyar la conquista de derechos de la mujer y a imponer a Úrsula von der Leyen al frente de la Comisión Europea y a Annegret Kramp-Karrenbauer al frente de la CDU.
Merkel pasó de las recetas ortodoxas en la crisis del 2008, al keynesianismo para atajar los efectos económicos de la pandemia.
Ciertamente, también hay cuestionamientos. Por caso, se preocupó más por mantener la poderosa producción alemana de carbón y de automóviles que por profundizar la lucha contra el cambio climático.
Y aunque estableció el salario mínimo, cayeron las jubilaciones y pensiones, y creció la precarización laboral con los llamados “contratos de actividad reducida”.
Más allá de sus errores, Angela Merkel se atrevió a correrse hacia el centro y reivindicarlo, en un tiempo de radicalización y antisistemas.
Deja el escenario político con la apatía de los populistas, la ultraderecha y el conservadurismo duro, y aplaudida por el progresismo centrista y los socialdemócratas del mundo.