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Por Claudio Fantini. Primero fue la intachable Michelle Bachelet y ahora el apreciado José “Pepe” Mujica. La ex presidenta socialista de Chile describió pormenorizadamente los crímenes del régimen que encabeza Nicolás Maduro, al que el ex presidente frenteamplista de Uruguay acaba de calificar como “dictadura”. Ambos hicieron más visible, por contraste, el oscuro silencio del kirchnerismo frente al chavismo residual que oprime a Venezuela.
Como candidato presidencial, y cuidando exageradamente las palabras, Alberto Fernández admitió que “en Venezuela hay un problema de calidad institucional y hay que prestarle atención a eso porque, evidentemente, se han vivido en los últimos años sistemas de abusos y de arbitrariedad del Estado que no pueden pasar desapercibidos”.
No había sido tan rebuscado un par de meses antes, cuando salió a repudiar a Miguel Pichetto por el apoyo que el senador peronista había dado a Juan Guaidó en su último y también fallido intento de partir la unidad del liderazgo militar que sostienen a Nicolás Maduro y a Diosdado Cabello.
Que primero Danilo Astori y a renglón seguido José Mujica y Daniel Martínez, calificaran de “dictadura” al régimen venezolano, vuelve a resaltar el silencio del kirchnerismo frente a la represión que impone Maduro.
Evo Morales no se pronunció, pero decidió no asistir a una cumbre de agrupaciones progresistas en Caracas. El “correísmo” en Ecuador y varios gobiernos de América Central y el Caribe aún muestran mayor complicidad, al persistir en la defensa de la camarilla delictiva que impera en Venezuela.
Es el “terraplanismo” llevado al plano político sostener absurdamente lo que resulta insostenible: que en Venezuela no hay una dictadura.
Si algo faltaba para evidenciar, o bien delirio ideológico o bien complicidad por motivos todavía más oscuros, llegó el informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, y que ese informe lleve la firma de Michelle Bachelet.
La pormenorizada investigación del equipo de expertos del Alto Comisionado de la ONU, sumada a los testimonios que personalmente recogió en Venezuela la propia Bachelet, la llevaron a una descripción demoledora del problema venezolano. Afirma que el poder ha matado y torturado a casi 7.000 venezolanos, como algunas de las peores dictaduras militares que ensangrentaron América Latina en la segunda mitad del siglo 20.
A la imparcialidad de Bachelet no sólo la avala su conducta como dirigente, como ministra del gobierno encabezado por Ricardo Lagos y finalmente como presidenta, sino también el hecho de que su padre haya muerto en una sala de tortura y que ella, igual que su madre, haya sido torturada durante la reclusión que le impuso la dictadura de Augusto Pinochet en el siniestro centro clandestino de detenciones al que llamaban Villa Grimaldi.
Ni siquiera hacía falta el pronunciamiento de Bachelet. A la criminalidad del régimen ya la habían denunciado las principales organizaciones de derechos humanos del mundo.
Sólo una brutal represión puede explicar cómo pudo haber resistido a multitudinarias protestas, el régimen que ocasionó la peor tragedia económica y social de la historia venezolana, mundialmente visibilizada por la diáspora que inunda de venezolanos buena parte de Latinoamérica.
El gobierno de Puerto Rico no pudo sobrevivir a diez días de masivas protestas, que no tuvieron muertos ni heridos y encarcelados, generadas por la homofobia, el sexismo y la corrupción de Ricardo Rosselló, el gobernador que debió renunciar.
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La obnubilación ideológica explica muchos apoyos a regímenes genocidas. En su “Oda a Stalin”, Pablo Neruda habló de la “sencillez”, de la “sabiduría” y de la “estructura de bondadoso pan” del dictador que exterminó a millones de soviéticos. Y es uno entre muchos ejemplos.
Pero al silencio o la abierta defensa del régimen esperpéntico que sostiene a la casta militar que se apropió de Venezuela, los explican mejor la compra internacional de lealtades mediante ayudas económicas, la asistencia petrolera y las financiaciones ilegales de dirigencias afines. Mujica y el Frente Amplio acaban de tomar distancia de Maduro.
Que el kirchnerismo haya enviado dirigentes a festejar en Caracas el triunfo de Nicolás Maduro en la última elección, cuando ya la lista de muertos por la represión era grande y las prisiones militares estaban atestadas de presos políticos y que aún hoy persista la negativa a denunciar como dictadura al régimen, sólo parece explicarse por financiaciones ilegales a la cúpula de la dirigencia K.
El primer distanciamiento que ensayó recientemente Alberto Fernández, no alcanzó para tapar el ensordecedor silencio de Cristina Kirchner, la presidenta que condecoró a Nicolás Maduro con la Orden del Libertador.