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Por Claudo Fantini. Como un oscuro designio, Donald Trump advierte que la elección se definirá en la Corte Suprema, mientras acelera el nombramiento de un conservador en el asiento que dejó vacante la legendaria Ruth Bader Ginsburg. La magistrada fallecida era un ícono del progresismo en el terreno del Derecho. Repasemos qué situación vive Estados Unidos, donde se elige presidente el 3 de noviembre.
Ruth Bader Ginsburg impulsó leyes para la igualdad de género y la equidad en otros órdenes.
Más allá de la posición que representaba en el pensamiento jurídico, era una jurista excepcional, que desde su vertiente aportaba a la pulseada de equilibrio entre el espíritu conservador y el espíritu progresista, que se desarrolla en la cúspide del Poder Judicial norteamericano.
Esa pulseada en equilibrio es fundamental para la democracia, porque enriquece al Estado de Derecho.
Si el equilibrio se rompe porque uno espíritu elimina al otro para imperar de manera hegemónica, se produce el desbalance que empobrece al Estado de Derecho.
La actitud democrática de la dirigencia política debe ser preservar el equilibrio, mientras que el populismo lo que busca es desequilibrar.
En este caso, es el populismo ultraconservador que lidera Trump el que busca el copamamiento hegemónico.
El presidente y los senadores republicanos ni siquiera pudieron simular la euforia que les causó la muerte de Bader Ginsburg y, sin guardar un minuto de silencio, salieron a buscar al sucesor que descompense el equilibrio indispensable.
Trump tampoco pudo contener la frase que revela un plan inquietante: previendo un posible el triunfo de Joe Biden en el voto directo de los ciudadanos, intentaría causar un cortocircuito en el Colegio Electoral para que el resultado se defina en una Corte controlada por el conservadurismo duro.
Ese conservadurismo es de matriz religiosa y con espíritu de cruzada buscaría conjurar al “mal”. Ese “mal” es el espíritu liberal que promueve, por ejemplo, la igualdad de género, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y reconocer la diversidad sexual.
Cuando las encuestas empezaron a preocuparlo, Trump propuso postergar la elección, algo que nunca ocurrió en Estados Unidos, y jamás fue propuesto por un presidente.
A renglón seguido, dijo que el voto por correo, que normalmente es favorable a los demócratas, producirá un fraude, lo que equivale a anticipar que si pierde desconocerá el resultado.
Ahora, anuncia que la elección se dirimirá en la Corte, mientras apura la designación de un juez que desequilibre en su favor esa instancia, en la que se juega la fortaleza o la debilidad del Estado de Derecho.
El apuro conservador por designar un juez supremo, sumado a la incontinencia verbal del presidente, deja a la vista un oscuro designio
La democracia norteamericana parece avanzar hacia un abismo. Las palabras y los actos describen la elección del 3 de noviembre como un agujero negro.
Los senadores republicanos apuran la sucesión de Bader Ginsburg contradiciendo lo que decían para impedirle a Barack Obama nombrar al sucesor de Antoni Scalia en 2016.
“La tradición impone” que si hay una elección cerca, la designación del sucesor debe dejarse para el próximo período. A Obama le quedaba casi un año de gobierno, mientras que ahora sólo faltan pocas semanas.
Y cuando les recuerdan sus propios argumentos de sólo cuatro años atrás, se excusan mencionando las denuncias contra Brett Kavanaugh, el sucesor de Scalia que designó Trump.
Por momentos, la democracia norteamericana parece avanzar hacia un abismo. Las palabras y los actos describen la elección de noviembre como un agujero negro.