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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Una empresa inteligente es la que es capaz de aprovechar al máximo el talento de sus empleados. Ni qué hablar del sector público, en el que el talento de la gente está muy subestimado y sus conocimientos infrautilizados.
Hay un tremendo potencial no usado en la gente, en su capacidad de trabajo. Lo hay en nuestros profesores, en nuestros alumnos, en los propios ciudadanos.
¿Qué nos falta? Un gran proyecto educativo, una profunda revolución del conocimiento, en la que los gastos en educación sean realmente gastos de inversión.
El verdadero objetivo debe ser el de crear valor. Crear valor para inversores, para clientes, para empleados, para la sociedad en general. El valor agregado amplía las posibilidades en todos los aspectos, funcionando como el motor para el progreso de todas las partes que constituyen la sociedad.
Cada vez que repetimos una actividad deberíamos agregarle valor, enriquecerla. Los recursos son posibilidades reales de las cosas y es la inteligencia la que los encuentra.
Peter Drucker, el gran gurú del management, afirmaba que todo lo que había enseñado se reducía a: ❝Llamar la atención sobre cosas sabidas, a las que no se había dado importancia❞.
Algo así tendríamos que afirmar nosotros. De la empresa inteligente a la sociedad inteligente. Cada vez que repetimos una actividad deberíamos agregarle valor, enriquecerla. Los recursos son posibilidades reales de las cosas y es la inteligencia la que los encuentra.
La inteligencia es la que permite, por caso, que con un líquido viscoso como el petróleo, podamos volar, vestirnos, construir, etcétera.
El valor agregado por la inteligencia ilumina las cosas que están ocultas a la mirada común, haciendo posible lo que todavía no es real, pero que con nuestra acción puede serlo, para de este modo aumentar el capital social definido como ampliación de posibilidades, es decir la riqueza bien entendida. La pobreza es todo lo contrario: limitación, disminución o incluso carencia de posibilidades.