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Por Claudio Fantini. ¿A quién voto? Es una disyuntiva atroz.
El sesenta por ciento de argentinos que quieren un gobierno no kirchnerista, ni peronista, se siente atrapado en una pesadilla electoral. La grieta se ha corrido y los divide.
Por un lado, están los que creen que Sergio Massa es el mal menor y que lo prioritario es evitar que una secta de lunáticos extremistas abrazados a un líder ultraconservador tomen las riendas del país.
Por otro lado, están los que creen que Javier Milei es el mal menor porque implica “el cambio”, mientras que “Massa es la continuidad del kirchnerismo”.
Entre los que consideran que lo “menos peor” es votar al líder del Frente Renovador, algunos esgrimen un fundamento posiblemente cierto: el liderazgo de Cristina Kirchner y el protagonismo impuesto de su fallido sucesor, Máximo Kirchner, se extinguiría inexorablemente a la sombra de Massa.
Si el actual ministro de Economía llega a la presidencia, podría relegar (aún más) a la vicepresidenta y a su partido, terminando de diluir al kirchnerismo con cuidados paliativos para un final indoloro.
El gran aporte que hizo Mauricio Macri al crear Juntos por el Cambio (JxC) fue abrir un espacio donde pueda convivir dirigentes y votantes de un amplio espectro que va desde el centro (incluso centroizquierda) hasta la derecha moderada, teniendo sólo en común el rechazo al liderazgo de Cristina Kirchner y a la dirigencia que la acompaña.
Aunque Massa no inventó a Milei, colaboró con instrumentos para dotarlo de competitividad electoral con el objetivo de romper ese arco iris llamado JxC, dividiendo a sus votantes. Tuvo éxito.
Pero Macri fue el primero en abandonar el barco que se hundía para abordar la nueva nave con un extremista al timón y con una “tripulación” de desmesurados ultraconservadores que disparan a mansalva propuestas desopilantes.
Massa no esperaba el abordaje de Macri a la estridente nave de Milei. No estaba en los cálculos del ministro de Economía que también calcula mal lo que pasa con los precios, los ingresos y la cotización del dólar.
Pero no es el único que hace malos cálculos. Milei estaba seguro que se coronaba presidente en la primera vuelta o, a lo sumo, pasaba al ballotage pero ganando cómodamente a quien entrara segundo.
Tan seguro estaba de encabezar la primera vuelta, que quedó grogui cuando el escrutinio lo mostró segundo y a una distancia considerable del triunfal Sergio Massa.
Boleado por el inesperado revés electoral, Milei aceptó fácilmente ser el caballo de Troya en el que el macrismo intentará ingresar al próximo gobierno.
El candidato ultra entendió lo que le falta para llegar a la presidencia y para poder gobernar. Por eso aceptó entregar el timón a Macri, silenciando de inmediato a los desmesurados que vociferan propuestas extravagantes hasta el absurdo y escondiéndolos como Massa escondió a Cristina, Alberto y el resto de adalides del fallido gobierno que transita sus últimos meses.
La jugada de Macri rompe JxC con la nueva grieta: la masa de los votantes que decidieron votar a Milei, muchos con resignación y otros con entusiasmo por ser ultraconservadores que salieron del closet, acusa duramente a los que dudan entre votar a Massa y votar en blanco, de “no jugarse por el cambio”, de ser funcionales al kirchnerismo y de favorecer el triunfo del actual ministro de Economía permitiendo de ese modo que Cristina siga atrincherada en el poder y que continúe la decadencia argentina por el populismo.
En la vereda de quienes dudan entre votar a Massa o votar en blanco, vociferan mucho menos, pero implícitamente dicen que votando a Milei pueden llevar al poder a un “fascista” que padece desequilibrios emocionales y adhiere con fervor fundamentalista a teorías económicas extremas e inhumanas.
La realidad es que nada puede descartarse en la Argentina de estos tiempos.
Puede ganar Massa y también puede ganar Milei.
En el caso que gane Massa, podrían continuar los esquemas de corrupción e implementarse reformas tenues y manipuladas para favorecer a empresarios amigos, pero difícilmente pueda detenerse el acelerado debilitamiento del kirchnerismo y del liderazgo de Cristina Kirchner.
También puede ser que un gobierno de Milei sea exitosamente controlado por figuras más sensatas que sus lugartenientes y sea moderado y exitoso en sus reformas, aunque también existe (y es grande) el peligro de que sea una gestión histérica cuyos brotes sicóticos le regalen al kirchnerismo los flancos para las embestidas que terminen tumbándolo antes de la mitad del mandato.
Todo es posible.
Las urnas de noviembre son una moneda en el aire, así como también es una moneda en el aire lo que pasará con el gobierno de uno y del otro.
Esa situación, precisamente, es la que vuelve razonable al voto en blanco. Son falacias que votando en blanco se vota a Sergio Massa, o a Javier Milei.
A la elección la definen los votos positivos. Y si es de gran magnitud, la dimensión del voto en blanco servirá para señalar el nivel de rechazo que le marca límites al gobierno que surja de las urnas.
Decir esto no es promover el voto en blanco, sino señalar la falacia en la que incurren sus detractores.