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Por Claudio Fantini. En su gira por Europa, Mauricio Macri dijo alguna que otra obviedad. Por ejemplo, decir que el Brexit no cambia en absoluto el reclamo argentino por Malvinas. En rigor, lo interesante habría sido plantearle a Europa que el país espera que, cuando Gran Bretaña ya no sea parte de la Unión Europea, este bloque se replantee su posición frente al archipiélago del Atlántico sur, así como reclama España respecto al Gibraltar.
Sin embargo, también hubo pronunciamiento sorprendentes, por caso haber acusado a Nicolás Maduro de violar “todos los derechos humanos”. Una afirmación que entra en contradicción con la posición argentina en la Organización de los Estados Americanos (OEA), donde bloqueó la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela.
El presidente realizó movidas clave, como motivar a Angela Merkel para que vea en él un motorizador de los demorados acuerdos de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE).
Macri dio también un paso inteligente, oportuno y osado para colocar a la Argentina en un escenario visible para las preocupaciones de Alemania en particular y de Europa en general: anunciar que el país recibirá a más de tres mil refugiados sirios.
Como es imposible saber cuánto aportó el humanismo a esta decisión, pero está claro que, en un mundo en el que demasiados países miran para otro lado, el ofrecimiento argentino será bien visto en los países que llevan la mayor parte de la carga en la cuestión refugiados.
También le será útil a Susana Malcorra para sumar los apoyos que necesita en su afán de suceder a Ban Ki Moon en la secretaría general de las Naciones Unidas.
Hay quienes sugieren que en esos tres millares de refugiados sirios podrían venir jihadistas dispuestos a perpetrar masacres aquí. Como prueba de ese riesgo ponen como ejemplo las masacres cometidas en Europa. Lo que no aclaran es que el viejo mundo recibió, casi sorpresivamente, una ola oceánica de desesperados que huían del infierno en Irak y Siria. No hubo forma de ordenar y de controlar el ingreso de esa gente. En semejante cantidad, resultaba imposible.
El caso argentino sería distinto, porque se podría controlar y seleccionar los grupos familiares a los que se les daría refugio.
El país es ideal para recibir estas familias, porque cuenta con una antigua, respetable y socialmente bien posicionada comunidad árabe de origen sirio y libanés, en las que hay musulmanes y cristianos y un gran caudal de solidaridad ya demostrado con los refugiados que llegaron en los últimos dos años.
Argentina es un gran lugar para acoger a las personas que huyen desesperadas de una guerra infernal porque su sociedad se ha conformado en gran medida por distintas olas de refugiados.
Argentina también es un gran lugar para acoger a las personas desesperadas que huyen de una guerra infernal, porque su sociedad se ha conformado, en gran medida, por distintas olas de refugiados. Aunque llegaron sin ser considerados como tales, en los hechos, eran refugiados por huir de guerras, hambrunas y limpiezas étnicas.
En la segunda mitad del siglo diecinueve, llegaron miles de árabes de la por entonces provincia otomana Siria-Líbano, expulsados por las limpiezas étnicas que por entonces realizó Turquía en el Levante. En las primeras décadas del siglo veinte, llegaron miles de armenios sobrevivientes del genocidio que perpetraron los turcos en la Anatolia Oriental.
La Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil Española y la guerra contra el eje nazi-fascista lanzarían nuevas masas desesperadas que luego se integraron en la sociedad argentina, consolidando la diversidad como rasgo principal de identidad nacional.
Antes de cuestionar el ofrecimiento argentino, por temores como los que llevan a millones de húngaros, checos, austriacos, franceses, belgas, turcos y alemanes a rechazar el ingreso de refugiados sirios, es necesario ser consciente que aquí implicaría cerrar la puerta a quienes llegan huyendo de infiernos similares a los que trajeron a nuestros ancestros a este país que “desciende de los barcos”.