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Por Claudio Fantini. El conflicto en Ucrania podría generar grietas en la relación de la Unión Europea con la Argentina, Brasil y otros países del Cono Sur. Sucede que las sanciones comerciales impuestas al régimen de Vlaldimir Putin implican una oportunidad sudamericana para sustituir a otros proveedores de materias primas.
Putin quiere recrear el imperio ruso anexando los territorios europeos en los que sus connacionales son mayoría.
Putin se convirtió en piedra de la discordia entre la UE y los países sudamericanos que se preparan para vender productos a Rusia. El jefe del Kremlin respondió a las sanciones que le impusieron las potencias de Occidente por su apoyo a las milicias ucranias prorusas, con un contraataque certero: cambiará de proveedores, dejando de comprar a los países que están aplicando medidas económicas contra Moscú.
La venta de carnes es una de las vetas exportadoras que se abren, pero la va a aprovechar mejor Brasil, ya que Argentina ha quedado rezagada en este rubro, en el que siempre estuvo a la cabeza de la región.
Europeos y norteamericanos, así como canadienses, australianos, noruegos y otros países que se sumaron a las sanciones contra Rusia, advirtieron a los países sudamericanos que no deben aprovechar la situación para conquistar el mercado ruso.
La disyuntiva tiene dos ángulos de observación:
La decisión de Putin de comprarle a la región lo que dejará de adquirir a los que sancionaron a Rusia, sobrevino tras el aumento de medidas contra Moscú por el derribo del avión malayo y la muerte de la totalidad de sus pasajeros y tripulantes.
No son cuestiones menores y, en el caso de Argentina, activan la memoria histórica. Entre 1977 y 1982, la Unión Soviética encabezó la lista de socios comerciales, porque la dictadura militar hizo negocios con Moscú en el marco de un boicot cerealero contra la superpotencia comunista.
Para eludir aquel boicot, el Kremlin ofreció un pago mayor del que recibía de sus tradiciones clientes. Y aquel régimen brutal aceptó el negocio, enviando a la entonces URSS cargamentos que incluso debían estar destinados a viejos clientes, como Japón.
Buen negocio a corto plazo, pero pésimo en el mediano y largo alcance. También una mancha que vuelve a la memoria en estos días de nuevas tensiones entre Occidente y Rusia.
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