Por Claudio Fantini. El terrorismo de matriz ultraislamista demostró tener una vida bacteriológica. Así como las bacterias van mutando permanentemente para hacerse invulnerables a los antibióticos que crea el hombre, el terrorismo que practica el jihadismo global va mutando para superar las barreras que le van creando los servicios de seguridad.
¿Por qué el terrorismo ha vuelto a ensangrentar España? Porque España fue una de las primeras banderas del terrorismo global y porque allí se radicó uno de los ideólogos del jihadismo, Mustafá Setmarian Nassar.
España fue una de las primeras banderas del terrorismo global, porque fue parte del Califato Omeya desde que, a principios del siglo VIII, un ejército de árabes y bereberes venció a los visigodos.
Posteriormente, España fue un califato en sí mismo. Qurtuba (Córdoba), fue capital de un gran Estado musulmán, que llegó a abarcar la casi totalidad de la Península Ibérica y que fue finalmente vencido y extinguido por los ejércitos de los reyes católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
Otras preguntas que planteó la masacre en Barcelona: ¿por qué un puñado de jóvenes, que no sufren miseria ni marginación, perpetra una matanza de manera tan cobarde y abyecta? ¿Por qué sus colectividades musulmanas, así como sus maestros y demás vecinos, no habían visto en ellos nada que revelase el extremismo o la naturaleza violenta?
Las respuestas a estas preguntas son claves para entender al jihadismo actual. Fue en España donde el terrorismo global dio uno de sus primeros golpes, porque allí se había radicado uno de sus ideólogos. El sirio Mustafá Setmarian Nassar, que había adoctrinado y adiestrado jihadistas, junto a Bin Laden en Afganistán, voló en 1985 un restaurante madrileño, que provocó la muerte a 18 asistentes y decenas de heridos.
Setmarian es el autor del libro Llamado a la Resistencia Islámica Global. En ese voluminoso manual -más de 1.600 páginas- proclamó que “el terrorismo es un deber; el asesinato una regla y todos los jóvenes musulmanes deben ser terroristas”.
Setmarian fue uno de los principales difusores de la idea de que Dios ha ordenado “la guerra santa” contra infieles, apóstatas y herejes, y que esa deidad del Antiguo Testamento, la misma que ordenó a Abraham asesinar a su hijo Issac en el Monte Moriah, santifica las masacres cometidas en su nombre, aunque sus víctimas sean indefensos blancos civiles, incluidos mujeres, ancianos y niños.
No debiera sorprender la juventud de los integrantes del jhadismo que actuaron en Cataluña. Tanto Al Qaeda como ISIS reclutan casi exclusivamente jóvenes.
Desde la adolescencia, la juventud es una etapa de crisis de identidad que hace a las personas proclives a abrazar convicciones absolutas.
En la Florencia de los albores del renacimiento, el monje Girolamo Savonarola usaba jóvenes para apedrear prostitutas, atacar a pintores que retrataban desnudos y quemar libros típicamente renacentistas, como los de Bocaccio.
La historia está plagada de ejemplos del uso de jóvenes para causas fanáticas y criminales. Ernst Röhm formó con jóvenes las SA, el primero de los brutales grupos de choque con los que contó el nazismo.
Mao Tse-tung llamaba “mis pequeños guardias rojos” a los jóvenes que lanzaba a las cacerías de brujas de la “revolución cultural”, y fue con púberes y adolescentes que el Khemer Rouge perpetró el genocidio en Camboya durante la década de 1970.
El ayatola Jomeini se valió sobre todo de los jóvenes para radicalizar la revolución islamista y construir una teocracia.
Los adoctrinadores de ISIS se hicieron expertos en detectar potenciales fanáticos y convertirlos en armas letales.
Tras la masacre en la estación de Atocha, el 11-M de 2014, los servicios de inteligencia españoles se perfeccionaron en descubrir células terroristas, los adoctrinadores del jihadismo global se concentran en reclutar jóvenes bien integrados y con perfiles amigables, para asegurarse que no estén en el radar de los agentes.
Bajo la lupa del Estado están los jóvenes marginales, los violentos, los que tienen vínculos con círculos fundamentalistas y los que dan señales de radicalización. Pero no están los que no presentan ninguno de estos rasgos. Es allí donde pescan ahora los reclutadores profesionales.