Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Después de admitir implícitamente su derrota y que el 20 de enero asumirá otro gobierno, Donald Trump anunció que no participará de la ceremonia de asunción del demócrata Joe Biden. En la Argentina, sucedió lo mismo el 10 de diciembre de 2015 cuando Cristina Kirchner se negó entregarle los atributos del mando a Mauricio Macri.
La negativa de Trump de participar en la transmisión del mando, al que jamás falta el presidente saliente, no es la transgresión más grave del magnate neoyorquino.
Ante la Justicia, deberá rendir cuentas por otros delitos, por caso, por haber presionado al secretario de Estado de Georgia para que adultere el resultado de la elección presidencial. Le pidió que agregara 11.780 votos.
Además, se considera que instigó un acto insurreccional que derivó en el asalto al Capitolio.
Se trató del primer ataque al edificio del Congreso norteamericano desde el que realizó una división del Ejército británico en 1814, en una acción que buscaba reabrir el conflicto por la independencia.
Por esas denuncias, Trump podría no llegar en funciones hasta el fin de su mandato y, más tarde, ser sentado en el banquillo de los acusados por delinquir y por el acto sedicioso que dejó cuatro muertos el miércoles último.
La negativa a participar del traspaso de mando es reveladora de un rasgo que, aunque de manera mucho más exacerbada, comparte con Cristina Kirchner, quien tampoco quiso asistir a la entrega de la banda y el bastón a Macri.
“I’m not a good loser” («No soy un buen perdedor), dijo mil veces. Ahora se sabe lo que implica: cuando pierde, patea el tablero en el que fue derrotado, en este caso, en el tablero de la democracia.
El pataleo de mal perdedor de Trump incluyó presionar para adulterar votaciones en todo el país, y tramar y ejecutar una acción sediciosa.
La negativa a participar en la entrega del mando es reveladora de su egolatría.
A Trump y a Cristina Kirchner les resulta tortuoso participar de un acto donde el protagonista no sólo es otro, sino que ese otro los ha derrotado; en el caso norteamericano de manera directa y en el caso argentino, indirectamente (el candidato era Daniel Scioli).
El ego herido es, en realidad, la ideología de los autócratas, aunque no se trata de colocar a Cristina Kirchner en el mismo nivel de egolatría de Trump.
El líder megalómano tiende naturalmente al despotismo, porque se siente por encima de los demás y también de las instituciones y las leyes.
Trump es racista y recalcitrante, pero es sobre todo un ególatra poco inteligente, por tanto, con poca capacidad de control sobre ese ego. Y ese rasgo lo convierte en un autócrata peligroso; un líder esencialmente antidemócratico.
Tampoco son comparables las acciones antidemocráticas cometidas por uno y otra. Personalmente, creo que hay una notable diferencia.
Pero también en Cristina Kirchner el ego es el motor fundamental de su accionar político y la ideología es el traje para justificar las desmesuras que comete para saciar la sed de poder.